sábado, 16 de agosto de 2008

Cómo ve a los hombres el magnífico hombre-perro

En otro tiempo había idealizado a la humanidad, impulsado por su tonta lealtad canina, sin sentido crítico. Pero ahora su fino olfato había descubierto la verdad. Los hombres eran astutos, sí, pero de un modo diabólico. Y sin embargo no eran de una inteligencia tan coherente como había creído. Caían a cada rato en una opacidad subhumana. Y no se conocían como él se conocía a sí mismo, ni siquiera como él los conocía. ¡Y cómo los conocía! Se había criado en una familia superior, pero incluso los Trelone eran a menudo estúpidos e insensibles. La propia Plaxy sabía muy poco de sí misma. Estaba tan absorta en su personalidad que no podía verse; el bosque le impedía ver los árboles. Muy a menudo se mostraba razonable o presuntamente virtuosa sólo para satisfacer algún minúsculo orgullo que ella misma no veía. Pero él, Sirio, lo veía claramente. Ella era capaz, también, de una refinada crueldad. Impulsada por el resentimiento podía tratar de que Sirio se sintiera un proscrito o un abyecto gusano.

Pero lo que más encolerizaba a Sirio era cómo los hombres, y especialmente los seres superiores que había conocido en Cambridge, se engañaban a sí mismos. Todos usaban alguna máscara. McBane, por ejemplo. Estaba dedicado a la ciencia, pero hasta cierto punto. Vivía sobre todo dedicado a sí mismo. ¿Por qué no decía sencillamente "Oh, ya sé que en el fondo soy un egoísta, pero trato de no serlo"? Fingía, al contrario, tener una lealtad de perro ovejero hacia la ciencia. Pero no se sacrificaba por la ciencia. Quizá lo hiciera algún día, como Thomas. Quizás algún día estuviera dispuesto hasta a morir por la ciencia. Pero no moriría sólo por la ciencia, sino también por su propia reputación de hombre de ciencia abnegado.

¡Ah, Dios! ¡Qué especie para gobernar el planeta! ¡Y tan obtusos para todo lo que no fuese humano! ¡Tan incapaces de entender cualquier otro tipo de espíritu! (¿No había comprobado acaso el fracaso de Plaxy?) Y crueles, vengativos. (¿Acaso Plaxy no le había clavado las uñas?) Y orgullosos. (¿No lo consideraba Plaxy, acaso, en el fondo de su corazón, "nada más que un perro"?)


Fragmento de Sirius: A Fantasy of Love and Discord (1944), de Olaf Stapledon.

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