lunes, 20 de octubre de 2008

Angustia mal canalizada. Multiplicación de la agresión.

No parece haber mercado para los proyectos de una "buena sociedad" a largo plazo. La oferta es muy reducida, y la demanda proyectada no es mayor. El interés en el gobierno del país y sus tareas, si es que queda alguno, tiende a ser a corto plazo como las campañas de gestión de crisis de los ministros. La idea de cambiar un futuro más lejano no suscita demasiado entusiasmo porque no se ve que haya una conexión entre el accionar presente de los ciudadanos (o, más bien, su apatía) y la forma que adoptará el porvenir. Luc Boltanski y Éve Chiapello descubrieron que en la actualidad, en los lugares de trabajo los empleados "ya no hacen carrera, sino que pasan de un proyecto a otro; el éxito en un proyecto les franquea el acceso al siguiente". Es bien sabido que para Tony Blair el interés de ganar una elección es ganar la siguiente.

La otra reacción común a la impotencia, la agresión, es menos una alternativa que un complemento de la inhibición. Por lo general, ambas respuestas son activadas simultáneamente. La retirada del ágora, por la que la lucha política se deja en manos de pequeñas unidades profesionales de alta tecnología debido a que sus resultados no parecen depender del coraje individual de los soldados, se acompaña del despliegue del restante espíritu de combate en sitios más a la mano y aparentemente más fáciles de conquistar. Los "cinco minutos de odio" de Orwell ya no son orquestados por los gobernantes de un país: como la mayoría de las cosas sujetas al principio de "subsidiariedad", han sido desregulados, privatizados y abandonados a la iniciativa local, o mejor aún, personal.

Una y otra vez la prensa sensacionalista llena la vacante, haciendo lo mejor que puede por condensar, canalizar y enfocar las frustraciones difusas y dispersas de los inhibidos políticamente: se muestra gustosa de poder ayudar seleccionando objetivos sobre los cuales descargar la energía aún sin explotar que reside en las preocupaciones de las "causas comunes". Nunca hay escasez de figuras para encarnar el miedo y el odio, como los pedófilos que vuelven a casa tras una temporada en prisión, las "invasiones de mendigos", los "atracadores", los "vándalos", los "vagos", los "falsos buscadores de asilo" o los inmigrantes "que usurpan nuestros empleos". Ya que por más que se combata a estas figuras, la incertidumbre sigue siendo tan desalentadora, y que difícilmente se pueda aliviar el lacerante dolor de la impotencia por más tiempo del que dura cada sucesivo estallido de agresión, se necesitan constantemente nuevos objetos de odio y blancos de agresión. La prensa sensacionalista, muy atentamente, los descubre o los inventa, y se los suministra precocidos y listos para consumir a sus ansiosos lectores. Pero todos los esfuerzos de la prensa sensacionalista, por más ingeniosos que éstos puedan ser, serían en vano si no existiese ya una profunda y abundante angustia, desviada de su causa genuina, y en la búsqueda desesperada de válvulas de escape alternativas.

La orquestación de la agresión rara vez libera por completo la energía agresiva que genera la constante incertidumbre sumada a la impotencia persistente. Queda suficiente para derramarse sobre los sectores privados de la red de lazos sociales -asociaciones, familias, vecindarios, grupos de compañeros de trabajo- y saturarlos. Todos estos tienden hoy en día a convertirse en lugares de violencia, a menudo denominada "gratuita" por quienes no participan en ella, por no tener razón aparente, y mucho menos un propósito racional. Los hogares familiares se vuelven campos de batalla sustitutos para el juego de la autodeterminación que ha sido desalojado de la escena pública. Lo mismo ocurre con los vecindarios rigurosamente vigilados desde los cuales uno esperaría poder dictar las reglas del juego de la exclusión más que ser un desafortunado blanco. Lo mismo ocurre con los lugares de trabajo, que fácilmente dejan de ser refugios para la solidaridad y la cooperación, y se convierten en un ámbito de competencia salvaje en la que cada uno se las arregla como puede.

Todos esos medios para combatir al fantasma de la impotencia son irracionales en tanto son totalmente inconducentes. Ni siquiera se acercan a las verdaderas causas del dolor, y las dejan intactas. Sin embargo, en esas circunstancias, y mientras la raíz del problema permanezca obstinadamente inalcanzable, o al menos se la considere así, los medios mencionados pueden ser considerados "racionales" en el sentido de una racionalización psicológica de un anhelo insatisfecho de autodeterminación y autoestima. Cualquiera sea el veredicto, es indiscutible que los canales de escape sustitutos para la angustia generada por la combinación de incertidumbre e impotencia profundizan e intensifican, más de lo que aplacan, la angustia que debían combatir o disolver. Tienden a erosionar o a destruir los lazos de los compromisos mutuos, condición sine qua non del accionar solidario, sin el cual no pueden alcanzarse las verdaderas fuentes de la angustia ni atacarlas.


Fragmento de Society Under Siege (2002), de Zygmunt Bauman. Editado en Argentina por el Fondo de Cultura Económica bajo el título La Sociedad Sitiada.

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