domingo, 2 de noviembre de 2008

Doble inexistencia y fugacidad


Las Ciudades y los Intercambios. 2


En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen.

Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, y también un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer vestida de negro que representa todos los años que tiene, los ojos inquietos bajo el velo y los labios trémulos. Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el pelo blanco; una enana; dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos, un intercambio de miradas como líneas que unen una figura con otra y dibujan flechas, estrellas, triángulos, hasta que en un instante todas las combinaciones se agotan y otros personajes entran en escena: un ciego con un guepardo sujeto por una cadena, una cortesana con abanico de plumas de avestruz, un efebo, una mujer descomunal. Así entre quienes por casualidad se juntan bajo un soportal para guarecerse de la lluvia, o se apiñan debajo del toldo del bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, se consuman encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar una palabra, sin rozarse con un dedo, casi sin alzar los ojos.

Una vibración lujuriosa mueve continuamente a Cloe, la más casta de las ciudades. Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus efímeros sueños, cada fantasma se convertiría en una persona con quien comenzar una historia de persecuciones, de simulaciones, de malentendidos, de choques, de opresiones, y el carrusel de las fantasías se detendría.


Cuarta ciudad de la tercera serie de Le Città Invisibili (1972), de Italo Calvino. Editado en Argentina por Siruela bajo el título Las Ciudades Invisibles
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2 comentarios:

Unknown dijo...

¿Qué arma es tan afilada, tan aguda, tan centelleante en su movimiento y por ello tan engañosa como una mirada? Se señala una guardia alta como en esgrima, y se tira uno al fondo en segundo..., este instante es indescriptible. El adversario apenas se da cuenta del golpe, está tocado, sí, pero tocado en un sitio completamente distinto al que él creía.

Yo no la veo, no hago más que tocar la periferia de su existencia.... Cuando llega por la escalera, la dejo atrás con aire indiferente. Ahí están las primeras redes que estrechar alrededor de ella. No la detengo en la calle, o la saludo sin acercarme nunca a ella, pero la observo siempre de lejos... ella siente que en su horizonte ha aparecido un nuevo astro que en su marcha extrañamente regular ejerce sobre la suya una influencia inquietante; pero ella no tiene la menor idea de la ley que ordena este movimiento.
Hoy se han posado mis ojos sobre ella por primera vez. Se dice que el sueño puede hacer pesado un párpado hasta cerrarlo: mi mirada podría tener un poder semejante. Los ojos se cierran, y sin embargo fuerzas oscuras se agitan en ella. No ve que la miro, pero lo siente, todo su cuerpo lo siente. Los ojos se cierran, y es de noche; pero en ella es pleno día.

Soren Kierkegaard.

La seducción de los ojos. La más inmediata, la más pura. La que prescinde de palabras, sólo las miradas se enredan en una especie de duelo, de enlazamiento imnediato, a espaldas de los demás, y de su discurso: encanto discreto de un orgasmo inmóvil y silencioso. Caída de intensidad cuando la tensión deliciosa de las miradas luego se rompe con palabras o con gestos amorosos. Tactilidad de las miradas en la que se resume toda la sustancia virtual de los cuerpos (¿o de su deseo?) en un instante sutil, como en una ocurrencia -duelo voluptuoso y sensual y desencarnado al mismo tiempo- diseño perfecto del vértigo de la seducción, y que ninguna voluptuosidad más carnal igualará en lo sucesivo. Esos ojos son accidentales, pero es como si estuvieran posados desde siempre en usted. Privados de sentido, no son miradas que se intercambian. Aquí no hay ningún deseo. Pues el deseo no tiene duende, pero los ojos, como las apariencias fortuitas, tienen duende, y ese duende está hecho de signos puros, intemporales, duales y sin profundidad.

Seducir es morir como realidad y producirse como ilusión.

Jean Baudrillard.

Josef Gaishun dijo...

Hermosas citas, Cecilia. Muchísimas gracias por enriquecer al blog, y enriquecerme a mí.

Un beso.