miércoles, 5 de noviembre de 2008

La sátira, el horror y el infundibulum crono-sinclástico de Vonnegut

Rumfoord se materializó en la Tierra, en Newport, dos veces durante la guerra entre Marte y la Tierra, una vez justo cuando empezaba, y la otra el día que terminó. Él y su perro, en esa época, no tenían una significación religiosa particular. Eran simplemente una atracción turística.
Los dueños de la hipoteca sobre la propiedad de Rumfoord la habían arrendado a un empresario de espectáculos llamado Marlin T. Lapp. Lapp vendía a un dólar billetes para asistir a las materializaciones.
Salvo la aparición y luego la desaparición de Rumfoord y su perro, no había mucho espectáculo que ver. Rumfoord no decía una palabra a nadie salvo a Moncrief, el mayordomo, y lo hacía en voz muy baja. Se despatarraba rumiando en una silla del cuarto que estaba debajo de la caja de la escalera, en el Museo Skip. Y se tapaba los ojos con una mano, enroscando los dedos de la otra en la apretada cadena de Kazak.
Rumfoord y Kazak eran anunciados como fantasmas.
Había un andamiaje del otro lado de la ventana del cuartito, y la puerta que daba al corredor había sido suprimida. Dos hileras de espectadores podían desfilar para echar un vistazo al hombre y al perro del infundibulum crono-sinclástico.
- Me parece que no tiene muchas ganas de hablar hoy, amigos -decía Marlin T. Lapp-. Como comprenderán, tiene un montón de cosas en qué pensar. No está exactamente aquí, amigos. Él y su perro están desparramados en el camino del Sol a Betelgeuse.
Hasta el último día de la guerra toda la publicidad estuvo a cargo de Marlin T. Lapp.
- Es maravilloso que todos ustedes, amigos, en este gran día de la historia del mundo, vengan a ver este gran espectáculo cultural, educativo y científico -dijo Lapp el último día de la guerra.
"Si este fantasma hablara -dijo Lapp-, nos contaría maravillas del pasado y del futuro, y de cosas del Universo ni siquiera soñadas. Tengo la esperanza de que algunos de ustedes tengan la suerte de estar presentes cuando decida que ha llegado el momento de decirnos todo lo que pueda.
- El momento ha llegado -dijo Rumfoord con voz cavernosa-. Vaya si ha llegado -añadió Winston Niles Rumfoord.
"La guerra que termina hoy ha sido gloriosa para los santos que la perdieron. Esos santos eran terráqueos como nosotros. Fueron a Marte, montaron sus desesperados ataques y murieron alegremente para que los terráqueos pudieran por fin convertirse en un solo pueblo alegre, fraternal y orgulloso.
"Su deseo, cuando murieron -dijo Rumfoord-, era no el paraíso para ellos, sino la hermandad del hombre en la Tierra.
"Con ese objeto, piadosamente deseado -dijo Rumfoord-, les traigo la palabra de una nueva religión que puede ser recibida con entusiasmo en todos los rincones de cada corazón de la Tierra.
"Las fronteras nacionales -dijo Rumfoord-, desaparecerán.
"La sed de guerra -dijo Rumfoord-, se extinguirá.
"La envidia, el miedo, el odio se extinguirán.
"El nombre de la nueva religión -dijo Rumfoord-, es la Iglesia de Dios, el Absolutamente Indiferente.
"La bandera de esa iglesia será azul y oro -dijo Rumfoord-. En esa bandera, en letras de oro sobre campo azul, se leerán las siguientes palabras: Ocúpate de los hombres y Dios Todopoderoso se ocupará de sí mismo.
"Las dos principales enseñanzas de esta religión son las siguientes -dijo Rumfoord-: El hombre endeble no puede hacer nada para ayudar o agradar a Dios Todopoderoso, y la Suerte no es la mano de Dios.
"¿Por qué han de creer ustedes en esta religión más que en otra? -preguntó Rumfoord-. Han de creer en ella porque yo, como jefe de esta religión, puedo hacer milagros, y ningún jefe de otra religión puede. ¿Qué milagros puedo hacer? Puedo hacer el milagro de predecir, con absoluta exactitud, las cosas que traerá el futuro.
A continuación Rumfoord predijo con gran detalle cincuenta acontecimientos futuros.
Esas predicciones fueron cuidadosamente registradas por los presentes.
Es innecesario decir que todo llegó en su momento a cumplirse, y a cumplirse con el mayor detalle.
- Las enseñanzas de esta religión parecerán sutiles y confusas al principio -dijo Rumfoord-. Pero resultarán bellas y claras como el agua a medida que pase el tiempo.
"Como comienzo por ahora confuso -dijo Rumfoord-, les contaré una parábola:
"Una vez la suerte dispuso las cosas de tal manera que nació un niño, Malachi Constant, el más rico de la Tierra. El mismo día la suerte dispuso las cosas de tal manera que una abuela ciega tropezó con un patín de ruedas en lo alto de unas escaleras de cemento, el caballo de un policía pisó al mono de un organillero, y un ladrón de bancos en libertad condicional encontró en el fondo de un baúl, en su desván, un sello de correos que valía novecientos dólares. Y yo les pregunto: ¿la suerte es la mano de Dios?
Rumfoord alzó un dedo índice tan transparente como una tacita de Limoges. -En mi próxima visita, compañeros de la fe -dijo Rumfoord-, les contaré una parábola sobre la gente que hace cosas creyendo que Dios Todopoderoso lo quiere. Entre tanto harán bien, como fundamento de esta parábola, en leer todo lo que caiga en sus manos sobre la Inquisición Española.
"La próxima vez que venga a verlos -dijo Rumfoord- les traeré una Biblia revisada para que tenga sentido en los tiempos modernos. Y les traeré una breve historia de Marte, una verdadera historia de los santos que murieron para que el mundo pudiera unirse en la Hermandad del Hombre. Esta historia destrozará el corazón de todo ser humano que sea sensible.
Rumfoord y su perro se desmaterializaron bruscamente.

En la nave espacial que iba de Marte a Mercurio, en la nave espacial que llevaba a Unk y Boaz, el piloto automático decretó que otra vez era de día en la cabina.
Era el alba después de la noche en que Unk le había dicho a Boaz que la cosa que tenía en el bolsillo ya no podía hacer daño a nadie.
Unk dormía sentado en su litera. Tenía sobre las rodillas el rifle cargado y preparado para disparar.
Boaz no dormía. Estaba tendido en su tarima. Boaz no había pegado los ojos. Ahora podía, si lo deseaba, desarmar y matar fácilmente a Unk.
Pero Boaz había decidido que necesitaba un compinche más de lo que necesitaba un modo de hacer que la gente cumpliera exactamente su voluntad. Pero de todos modos, durante la noche había perdido mucha de su seguridad sobre lo que quería que la gente hiciera.
No estar solo, no tener miedo: Boaz había decidido que ésas eran las cosas importantes en la vida. Un verdadero compinche sería más útil que cualquier otra cosa.
La cabina estaba llena de un sonido extraño, como un susurro, una tos. Era risa. Era la risa de Boaz. Lo raro era que Boaz nunca se había reído así, nunca se había reído de las cosas que le hacían reír ahora.
Se reía del lío fenomenal en que estaba metido, y de cómo durante toda su vida militar había presumido entender todo lo que ocurría, y que todo lo que ocurría estaba muy bien.
Se reía de la manera estúpida en que había sido usado por Dios sabe quién para Dios sabe qué.
- Caramba, compadre -dijo en voz alta-, ¿qué estamos haciendo aquí en el espacio? ¿Qué estamos haciendo con estas ropas? ¿Quién maneja esta cosa disparatada? ¿Cómo hemos subido a esta caja de lata? ¿Cómo vamos a disprarar contra alguien cuando lleguemos a donde vamos? ¿Cómo se nos acercarán y dispararán? ¿Cómo? -preguntó Boaz-. Compadre, ¿me vas a decir cómo?
Unk se despertó, blandió el máuser en dirección a Boaz.
Boaz siguió riéndose. Sacó la caja de control del bolsillo y la arrojó al suelo. -No la quiero, compadre -dijo-. Está muy bien que la hayas hecho pedazos. No la quiero.
Y entonces gritó-: ¡No quiero nada de toda esta basura!


Fragmento de The Sirens of Titan (1959), de Kurt Vonnegut. Editado en Argentina por Minotauro bajo el título Las Sirenas de Titán.

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