sábado, 20 de diciembre de 2008

¿Amor propio?

Mi tercera línea de razonamiento era esta.

Pienso mejor cuando pienso en una sola cosa, siento con más profundidad cuando siento una sola cosa. Si pudiera rediseñar mi cuerpo, sería de dimensiones celestiales, de modo que las ciudades de los hombres aparecieran ante mí como diminutas manchas. O bien, lo haría tan pequeño que solo pudiera ver una hojita de hierba. ¡Con cuánto amor examinaría esta hojita de hierba! Acariciaría su filo romo, me adentraría en sus oscuros pliegues, me arrojaría contra su verde costado.

Hay dos grandes pasiones en mi naturaleza. Me gusta concentrarme en algún problema pequeño, y me gusta ser sorprendido. Pero nadie es tan pequeño como yo. Y nadie me sorprende tanto, tampoco.

Mi tercera anécdota:

Frau Anders había partido. Estaba inmensa, egoístamente aliviado de que tuviera que esconderse, mientras yo estaba a salvo, de que ella estuviera huyendo, pero no de mí. Paseaba por las calles con descaro cada tarde, hasta el toque de queda, alegrándome de no tener por qué huir.

Entonces, en la vacuidad de mi ingenio, me topé con un mendigo que pasaba. Él no me había hecho nada; ni siquiera lo conocía. ¿A quién se parecía? No lo sé.

El carnicero, saliendo de su tienda a toda prisa, me cogió por la oreja. Las maldiciones cayeron como gotas de la boca del tendero. Se reunió una multitud de comerciantes y amas de casa. Vino un policía con su porra.

Alguien, entre la multitud, me ofreció un revólver, indicándome que debía correr. Pero yo no deseaba la muerte del mundo, ni de ninguna persona.

Por lo tanto, acompañé al policía hasta la comisaría, donde tomaron mis huellas, me interrogaron, aquella noche me encerraron y a la mañana siguiente me liberaron.


Fragmento de The Benefactor (1963), de Susan Sontag. Editado en Argentina por Sudamericana bajo el título El Benefactor.

1 comentario:

cecilia dijo...

“Era de esa clase de pintores que hacen mejor las hojas que los árboles. Solía pasarse infinidad de tiempo con una sola hoja, intentando captar su forma, su brillo y los reflejos del rocío en sus bordes. Pero su afán era pintar un árbol completo, con todas las hojas de un mismo estilo y todas distintas.

Había un cuadro en especial que le preocupaba. Había comenzado como una hoja arrastrada por el viento y se había convertido en un árbol. Y el árbol creció, dando numerosas hojas y echando las más fantásticas raíces. Llegaron extraños pájaros que se posaron en las ramitas, y hubo que atenderlos. Después, todo alrededor del árbol, y detrás de él, en los espacios que dejaban las hojas y las ramas, comenzó a crecer un paisaje. Y aparecieron atisbos de un bosque que avanzaba sobre las tierras de labor y montañas coronadas de nieve. Niggle dejó de interesarse por sus otras pinturas. O si lo hizo fue para intentar adosarlas a los extremos de su gran obra. Pronto el lienzo se había ampliado tanto que tuvo que echar mano de una escalera; y corría, arriba y abajo, dejando una pincelada aquí, borrando allá unos trazos. Cuando llegaban visitas se portaba con la cortesía exigida, aunque no dejaba de jugar con el lápiz sobre la mesa”.

Tolkien.