jueves, 6 de noviembre de 2008

Cosificación. Capitalismo. Lukács mirando a eso que hoy se dice comunicación social

El modo específico de la «mentalidad concienzuda» burocrática, de su objetividad, la necesaria y plena subordinación al sistema de las relaciones cósicas en que se encuentra cada burócrata, la idea de que su «honor», su «sentimiento de la responsabilidad» le exige precisamente esa subordinación completa, todo muestra que la división del trabajo ha sido aquí arraigada en lo «ético», al modo como el taylorismo la ha arraigado ya en lo «psíquico». Pero esto no es una debilitación, sino una intensificación de la estructura cosificada de la consciencia como categoría básica para toda la sociedad. Pues mientras el destino del trabajador se presenta aún como un destino aislado (al modo del del esclavo antiguo), la vida de las clases dominantes puede desarrollarse en otras formas. Pero el capitalismo ha producido, con la estructuración unitaria de la economía para toda la sociedad, una estructura formalmente unitaria de la consciencia para toda esa sociedad. Y esa estructura unitaria se manifiesta en el hecho de que los problemas de consciencia del trabajo asalariado se repiten en la clase dominante, refinados, sin duda, espiritualizados, pero precisamente por eso también agudizados. El «virtuoso» especialista, el vendedor de sus capacidades objetivadas y cosificadas, no sólo es espectador del acaecer social (aquí no podemos siquiera indicar lo mucho que la moderna administración, la jurisprudencia, etc., toman la forma esencial antes indicada como propia de la fábrica en contraposición al artesanado), sino que se sume en una actitud contemplativa respecto del funcionamiento de sus propias capacidades objetivadas y cosificadas. Esta estructura se revela del modo más grotesco en el periodismo, en el cual la subjetividad misma, el saber, el temperamento, la capacidad expresiva, se convierten en un mecanicismo abstracto, independiente de la personalidad del «propietario» igual que de la esencia concreta material de los objetos tratados: en un mecanismo que funciona según sus propias leyes. La «falta de conciencia y de ideas» de los periodistas, la prostitución de sus vivencias y de sus convicciones, sólo puede entenderse como culminación de la cosificación capitalista.


Fragmento de El Fenómeno de la Cosificación, primera parte de La Cosificación y la Consciencia del Proletariado (1923), de György Lukács. En Historia y Consciencia de Clase.

8 comentarios:

checly Sebastian.Frontino dijo...

aleluya!
avisame si ves "Zeitgeist", aver que te parece. Estan todos los capitulos en youtube
este es el 1
http://www.youtube.com/watch?v=A77tGEuEBKM

Josef Gaishun dijo...

Aún no vi Zeitgeist, no. Te iba a contestar sobre el documental de Morris, pero hace un par de días mi PC murió. Entre hoy y mañana supuestamente la arreglan, y ahí sí.

A Zeigeist lo he bajado, hace algunos meses. Lo vería en estos días, pero hasta que no pueda acceder al listado de Excel con todas las pelis y su número de DVD
correspondiente, me va a costar horrores encontrarlo.

Espero poder regresar a la blogósfera (?) pronto.

Saludos.

Unknown dijo...

Yo creo que el programa más imbécil y peligroso de la tele no es ni "bailando por un sueño", ni "intrusos" o "los profesionales"; es el noticiero. Parten de la lógica reaccionaria de los medios en general, es decir, lo que buscan es vender, por lo tanto tienen que complacer a la gente con lo que ahora mismo están dispuestos a comprar, sea lo que sea. Si la gente quiere ver deportes, noticias policiales paranoicas y golpes de efecto sensibleros de cuarta, el único mandamiento periodístico es que hay que darles eso, porque si no cambian de canal, baja el rating y te despiden. Te mando un artículo del humorista uruguayo Carlos Tanco, muy famoso acá, que también sabe escribir muy bien en serio, y habla de todo esto mucho mejor que lo que yo lo puedo hacer:

"Miro el informativo. Lo hago más como un ritual para calmar la ansiedad del avecinamiento de la noche, o marcar el final de la jornada laboral, que como acto responsable del buen ciudadano de mantenerse informado. Miro el informativo como una rutina que aprendí no sé de quién, ni cuándo, ni cómo. Es uno más de mis comportamientos autómatas.

El informativo proporciona la calma que sólo puede dar un paisaje conocido desde la niñez. Y hay más, otro ingrediente ansiolítico: funciona como concreción de una proyección infantil acerca de nosotros mismos; mirar el informativo es, probablemente, de las pocas cosas que me imaginé haciendo de adulto y alcancé a efectivizar. Un futuro que ya había imaginado, algo predecible y, con suerte, lo más parecido a cumplir con las expectativas generadas. Eso debe ser tranquilizador, supongo.

Decir que el informativo está atiborrado de policiales es, a esta altura, una redundancia alevosa. Igual lo escribo sin demasiado remordimiento. Si estamos en un duelo de énfasis innecesarios, pues habrá que repetir las apreciaciones de este lado del televisor –del lado de afuera- tanto o más de lo que se hace desde adentro.

De todas formas, quiero hacer foco en un tic algo más reciente, que a lo mejor no ha sido tan debatido. Después de cada noticia, policial o no, aparece casi siempre una mini-encuesta callejera. Es la asunción colectiva de una carrera obsesionada por lo explícito: ya no alcanza con la cara del informativista para incrustar el ancla en una opinión inmediata y firme, opinión que amarra el falso barco de la razón y el análisis, guía de la emoción inducida; ahora se instala, como una necesidad compulsiva, la sucesión de comentarios realizados por un racimo de transeúntes.

La mayoría de las noticias son atacadas inmediatamente por esta modalidad de máquina callejera de sentencias. Y eso es lo más parecido que podemos conseguir por estos días a un líder de opinión. Los ciudadanos que paran a contestar la pregunta suelta, mirando hacia su costado a un interlocutor invisible, son nuestros nuevos formadores de opinión. La sensación de que somos nosotros mismos opinando debe generar algo de familiaridad y confianza, es confortable vernos reflejados, y nos permite la comodidad de la confirmación.

A mí me aterra. Prefiero el camelo de que es un señor preparado el que abre opinión. Eso admite de una forma más amplia la discrepancia. La separación de ese individuo abre espacio para una actitud más desconfiada y alerta del receptor; el señor está disfrazado de alguien que se preparó para opinar de las cosas que nos importan, la encuesta callejera deja la impresión inducida de que es la mismísima opinión pública la que habla. Esas inocentes personas están disfrazadas de opinión pública como concepto pesado e indiscutible; ya sabemos que ir contra la opinión pública sería de necio, de antidemocrático, de loco, o de mesiánico prejuicioso.

El anexo coral completa la noticia y nos dice cómo pensar al respecto de la misma, o nos consolida la inclinación que ya veníamos esbozando en el aire. El hecho no termina de ser narrado hasta que suma las opiniones, comentarios anónimos de gente real sin intereses creados, y sin una empresa que les pague por hacer esos comentarios. Es la propia vereda la que habla, y recién ahí cierra la historia contada, con la sentencia indiscutible del colectivo.

Breve digresión para un dato anecdótico: he llegado a ver una meta-encuesta, es decir: una pequeña y liviana encuesta cámara en mano acerca de una encuesta hecha anteriormente. La pregunta al transeúnte, que no sale al aire porque en la edición la dejan afuera (así que lo que parece un comentario espontáneo vaya a saber uno a qué responde), sería algo así como “¿Qué piensa acerca de lo que la mayoría de la gente dijo que pensaba acerca de algo?”. El uso que le estamos dando al verbo “pensar” nos delata.

Las personas que opinan sobre la noticia tienen un factor común, a mi gusto, muy poderoso: son gente dispuesta a salir en la tele opinando acerca de alguna noticia. Esa propensión que los atraviesa no es menor. Quizás sea exagerado decir que es definitoria, o que hay un hermanamiento de criterios a partir del mencionado rasgo en común; lo que sí se puede considerar con cierta validez es la presencia de un sesgo. No todas las personas están dispuestas a salir en la tele opinando, a la carrera, sobre las posibles consecuencias de la crisis de los mercados, las nuevas reglas de transito, la violencia en el fútbol, la violencia en el hogar, la violencia en la juventud, las internas del FA, el recalentamiento global, etc. Hay un comportamiento específico en todas estas criaturas ávidas de dar su opinión ante la cámara, condicionado por alguna variable de la personalidad, o un marco teórico y conductual aprendido, o un conjunto de creencias, o determinados mecanismos cognitivos culturales; no sé si eso los convierte en “cierto tipo de gente”, que ante determinados estímulos reacciona de forma similar, pero estoy seguro de que excluye del universo probable de comentaristas de la realidad cotidiana, a otro “cierto tipo de gente”, un grupo integrado por personas que jamás se prestarían a la dinámica. Nada indica que sean mejores o muy diferentes los que están afuera del juego, pero el muestreo es incompleto, ahí está el sesgo.

La presencia de estos nuevos líderes de opinión tiene todo el aspecto de un circuito cerrado. La gente que está desesperada por tomar partido, por acuñar una posición irreversible ante cada hecho, ve rascada al instante su inquietud por esta otra gente (si es que podemos llamarle “otra gente” a la que aparece opinando tras la noticia, quizás sea la misma gente que hace una y otra cosa), que rápidamente tomó la voz y definió una reacción firme y segura.

Ese es uno de los detalles que más me impresiona: la seguridad ante el vértigo. No hay ni un poquito de duda, hasta en la más flagrante ambivalencia, el personaje, que se supone no tuvo tiempo de elaborar su respuesta, se mantiene sólido y convencido. Todo se parece más a una confirmación que a una reflexión, los comentarios suenan a discurso ya escuchado y aprendido. Y esto tiene su lógica: en los plazos que exige la dinámica (frenada-escuchar pregunta-cámara prendida-respuesta) no hay tiempo para pensar. Es imposible que alguien diga algo diferente a lo que ya traía pensado de su casa a ese respecto -o sobre algún caso parecido que se aplique por aproximación-, por él mismo o alguna otra persona que lo pensó por él y lo dijo en voz alta.

La imagen es como la de la cocinera televisiva que saca de la galera una fuente con la torta hecha, y dice: “yo traje una opinión hecha de casa, porque los tiempos en la televisión apremian”. El barrio de las opiniones precocidas es muy cercano al barrio del lugar común (sino el mismo), que es la “expresión ya pensada” por antonomasia. Quienes vuelcan las opiniones callejeras poseen la transparencia y honestidad que sólo puede dar el anonimato, y quienes las reciben a través de la tele se verán tentados de confirmar sus prejuicios con esas sentencias de gente común, gente igual a ellos, igual a todos, gente que no se mueve por intereses espurios, y que viene a legitimar desde la sinceridad y a través de la pantalla, el sentido común del cual se hace apología constante. El sentido común no es más que una bolsa de prejuicios colectivos instalados en la más perezosa de las actitudes mentales. Es algo que en algún momento el colectivo dedujo desde la pereza, y uno aceptó como axioma con más pereza aún (el ejemplo más claro es que la tierra es un plato y si llegás al borde te caés, eso es lo que indica el sentido común).

La mueca del presentador a la vuelta de la noticia no alcanza, la introducción –del mismo presentador- orientando lo que se va a sentir al ver las imágenes que vienen a continuación tampoco, la música de fondo mientras se emite la noticia es insuficiente; hay que dar un paso más en el camino hacia lo explícito; entonces, ¿por qué no endosar un muestreo de todos los lugares comunes que se puedan decir en nombre de la sensibilidad ciudadana? Allá vamos."

Me gustan mucho los textos que posteás, seguí con el blog, besos.








El link al artículo (publicado en el portal 180) es este:

http://www.180.com.uy/articulo/Lideres-de-opinion

Josef Gaishun dijo...

Muchas gracias por acercar el artículo, Cecilia. Realmente muy bueno. No conocía a Tanco; es llamativo que el tipo sea humorista, costándome en este momento recordar a humoristas argentinos que -incluso alejándose mucho del universo del "teatro de revistas" y ese tipo de espantos, que ni vale la pena tenerlos en cuenta para estas cosas- puedan hablar en serio y bien, a excepción de tipos como Quino o Les Luthiers. Especialmente el primero, al cual el término "humorista" (con todo lo grandioso que se puede ser y hacer dentro de ese ámbito infravalorado) le queda demasiado chico, siendo uno de los observadores sociales argentinos más lúcidos e incisivos que tenga el placer de "conocer". Como sea, volviendo al tema en cuestión, el texto de Tanco es buenísimo.

En los primeros párrafos pensé que no iba a tocar una cuestión que más adelante sí comenta, que es el problema de la mera lógica informativa. Es decir, el hecho de que la "era de la información" termina convirtiéndose en la "era de la ausencia de análisis". Lo que prima es la urgencia de la noticia (en el sentido de "lo que ocurrió hace un minuto y medio"), y toda reflexión posible, todo intento de abordarlo desde una posición intelectual y ciudadanamente comprometida, todo juicio ético, todo interés por salirse del formato de "cabeza de noticia premoldeada", es impensable. Es, en definitiva, el precio a pagar por un sentido común incapaz de percibir las cosas, digamos, dialécticamente. Nunca se pueden ver a los acontecimientos (sea un acto de corrupción, sea violencia callejera, sea un accidente automovilístico, sea un ataque bélico, sea lo que sea) inmersos en la totalidad social-política-económica correspondiente. Lo cual termina haciendo que, en muchos casos, incluso los intentos más bienintencionados y progresistas de informar, debatir o actuar se queden a medio camino.

Eso no significa, claro, que no se puedan hacer cosas positivas partiendo del mero formato televisivo, radial o del periodismo gráfico. El problema está en la lógica y las herramientas que se reproducen desde las mismas instituciones educativas. Sin ser una base particularmente valiosa, puedo afirmar que todo esto lo vi claramente en el año que estudié Periodismo acá en La Plata. La mayoría de las cátedras dedicadas exclusivamente a cuestiones periodísticas se basan en la relevancia del estar informado, de estar todo el tiempo "conectado" (a internet, pero también con otras personas y medios que se manejan en el mismo mundillo), de tener muchos contactos para tener las mejores primicias, de escribir claro sin decir absolutamente nada, y demás espantosidades que me hicieron salir corriendo a la primera oportunidad.

También creo, claro, que se puede estudiar en esos espacios haciendo caso omiso de ciertas tonterías que intentan transmitir y construyendo un ideal periodístico más interesante. Pero también creo que se puede ejercer como periodista sin haber cursado en la facultad; intentando, por las de uno, que prevalezca el poder de análisis y la creatividad frente a la redacción ajustada y "correcta". Por eso dejé la carrera. Pero no es ese el punto del comentario, en realidad.

Retomando, también me parece interesante lo que plantea Tanco respecto de la adoración al saber popular, al verse a uno mismo reflejado en la pantalla, opinando lo que ya se sabe que se va a opinar, reproduciendo lo que ya te dan desde los medios masticado y procesado, girando siempre sobre lo mismo. Lo peor es que esto, mezclado con el apoyo a ultranza al capitalismo y al saber empresarial, termina haciendo que a) se pierda por completo la noción de los intereses económicos en juego de los principales informadores mundiales y b) incluso conociéndose esto se haga caso omiso de tal barbaridad, resguardándose en el "es lo que hay" o rezando para no caer en la cuenta de que efectivamente esos intereses afectan a la calidad informativa y, en especial, a la selección de qué informar y qué no. Digo "intereses económicos" tanto en el sentido de mantener atrapado al público con las cosas que venden (creyendo tantas personas que es imposible educar, que las opiniones de la mayoría están construidas a partir de la nada y, por ende, que es imposible replantearlas, ponerlas en duda, cuestionarlas) como en lo referente a lazos estrechísimos entre los grandes medios informativos y los grandes monopolios empresariales.

En definitiva, desinformación en el estado más puro, aliada innegable del sentido común más básico y peligroso. Después, como para que no me dé miedo notar, en los foros de opinión de diversas páginas web, que la mayoría de la gente (o de "la gente", esa que tiene acceso a internet y a todos los medios informativos posibles; la que para tantos medios argentinos es la única que vale, porque es mayoría numérica y la que consume más cultura massmediática), esa que me cruzo todos los días por la calle, tiene ideas mucho más retrógradas que la mayoría de los sectores políticos más reconocidos, de por sí repulsivos, mafiosos y conservadores a más no poder. O sea, lo que para mí es la derecha, para tantos vecinos míos es la izquierda. Me da miedo, qué sé yo.



Te pido disculpas -a vos y a cualquier otro probable lector, claro- por semejante comentario, largo y muy posiblemente aburrido,
Besos.

Unknown dijo...

Qué bueno que te gustó el artículo. Acá está el link a Océano FM, se pueden bajar audios de Tanco haciendo su personaje "Darwin Desbocatti". Es genial.

http://www.oceanofm.com/main01.php?pronum=6

Sobre el miedo que provoca el fascismo explícito o latente: el escritor alemán Michael Ende cuenta, en un texto autobiográfico que se llama "La abuela está sentada llorando en el jardín chino" (un mensaje en clave que él tuvo que pasar colaborando con la resistencia anti nazi, cuando tenía quince años) cómo se sintió al final de la guerra:

"Poco después de la guerra vi una película titulada Bei Nacht und Nebel (De noche y con niebla). Constaba de tomas documentales que los de las SS habían hecho ellos mismos en los campos de concentración durante los exterminios en masa. Una imagen se me ha quedado grabada especialmente en la memoria y hasta el día de hoy no he conseguido asimilarla: se ve un primer plano, el rostro de un chico joven y simpático, con el rubio pelo pulcramente peinado, de aspecto deportista, esquiador o futbolista, un rostro como uno ve todos los días en la calle o en el estadio. Sonríe con simpatía y naturalidad ante la cámara. Ésta retrocede despacio y poco a poco se reconoce el entorno. El joven está delante de un patíbulo del que cuelgan varios cadáveres enflaquecidos hasta el esqueleto. Es una tarjeta postal que el joven envió a la patria, a su novia. Debajo se lee: "Con cariñosos besos y abrazos, tuyo, Franz".

¿Cuánta o cuán poca manipulación hace falta para convertir a un fulanito normal y corriente, inofensivo hasta entonces, en obediente máquina de torturar y matar? Voy a la calle, estoy sentado en el bar y miro a la gente de la mesa vecina, hablo con un vendedor de los almacenes: y no puedo dejar de hacerme la misma pregunta. Quizás sea ésa la razón de por qué nunca me llegó el gran alivio".

No me aburren tus posts (aunque sean largos) porque escribís muy bien, besos,

Cecilia.

Unknown dijo...

recomiendo bajar "darwin polonio manu chao", besos!

Unknown dijo...

de otro programa de la misma radio: "ALMORZANDO CON EL FÜHRER"

http://www.oceanofm.com/main02.php?artnum=1227

Josef Gaishun dijo...

Escuché Almorzando con el Führer y me resultó muy gracioso, aunque por esos -necesarios- excesos de histrionismo del Führer -más una bajísima calidad de audio- no pude entenderle algunas cosas. Sin embargo, repito, me reí mucho. Las parodias al fascismo me suelen causar gracia; cosa que me sirve para hacer catarsis.
Prometo escuchar otros programas en los próximos días. Es solo que me cuesta un poco escuchar radio; más por falta de costumbre que por otra cosa.

El texto de Ende es muy bueno, y plantea una de las preguntas más estremecedoras que cualquier persona mínimamente sensible debe haberse hecho más de una vez en su vida. Y para la cual, por precaución y falta de conocimiento, la mayoría tenemos que ahorrarnos la respuesta.

Sobre el halago: muchas gracias, aunque, claro, no creo que sea así.


Besos.