lunes, 30 de marzo de 2009

The Big Sleep

Subió los escalones de tronco de pino del viejo chalet. Los yuyos habían cubierto el jardín. Abrió la puerta y encendió la luz del porche. "Una tarde me voy a quedar a cortar los yuyos", se dijo. Entró. La sala olía a encierro y resultaba tan poco acogedora e impersonal como siempre. Preparó algo de comer en la cocina. Sacó el tablero y desplegó las piezas. En verdad no tenía ganas de jugar. Guardó el ajedrez. Se sentía peor que Capablanca. Comió poco. Encendió el televisor y vio el noticiero. El presidente Johnson ordenaba bombardeos en Vietnam. Apagó el televisor. Recordó algunas palabras que Laurel le había dicho esa mañana: "Las cosas deberían ser mejores para un viejo actor". Tal vez ahora Stan estuviera viendo ese noticiero. Tomó el teléfono y marcó el número que el actor le había dejado.
- Habla Marlowe, señor Laurel.
- Me alegra que haya cambiado de opinión, hijo.
- No se trata de eso. Necesitaba hablar con alguien.

Hubo un silencio en la línea. Durante casi un minuto no se atrevieron a interrumpirlo. Por fin, Laurel:
- ¿Por qué me eligió a mí?
- Lo vi esta tarde en un cine. Daban Ojo por ojo. Hacía por lo menos diez años que no veía una película del gordo y el flaco. Me fui antes de que terminara, cuando llegó la policía.
- ¿Tiene alergia a la policía, Marlowe?
- Siempre lo arruinan todo.
- Es cierto. Ollie y yo terminamos perseguidos por el policía Sanford. ¿Por qué eligió esa profesión?
- Es muy difícil saberlo ahora. Trabajé con el fiscal del distrito hace tiempo, pero soy demasiado irrespetuoso con la autoridad. Decidí seguir solo. Desde entonces estuve varias veces en la cárcel. No me gusta colaborar.
- Yo también necesitaba hablar con alguien -lo interrumpió Laurel.
- ¿Por eso fue a verme esta mañana?
- Creo que sí. Iba a pagar su tiempo.
- Deberíamos suscribirnos a Corazones Solitarios.
- Creí que el cómico era yo, Marlowe.
- Hace tiempo que dejó de serlo.
- Usted es muy duro conmigo. ¿Siempre es así?
- En los ratos libres corto los yuyos del jardín y juego al ajedrez.
- La soledad lo ha vuelto hosco, Marlowe. ¿Alguna vez quiso a alguien?
- Una vez. Me casé con ella, pero era demasiado tarde. No anduvo.
- Quise decir si tuvo amigos.
- Recuerdo uno. Se llamaba Terry Lennox. Era inglés, como usted. Trabajó en películas, como usted. Estaba deshecho y terminó montando una comedia para escapar de la realidad. No volví a verlo. Estoy tan solo como es posible estarlo en este país.
- ¿Puedo verlo mañana, detective? Le adelantaré cien dólares. ¿Está bien?
- ¡Al diablo con los cien dólares! Le dije que mi oficina no es un confesionario. Olvídese de todo. Tomaremos un gimlet y no lo veré más. Cuando quiera recordarlo iré al cine. Usted era más divertido antes, Laurel.


Fragmento de Triste, Solitario y Final (1973), de Osvaldo Soriano. Ni Kaurismäki, ni Jarmusch, ni Hugo, ni Camus, ni nadie, podrían retratar a la soledad con más belleza que este diálogo.

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