Un hombre de rostro poco amigable esperaba en la esquina del puente O'Connell al pequeño tranvía de Sandymount para que lo llevara a casa. Estaba lleno de rabia contenida y de resentimiento. Se sentía humillado e insatisfecho, ni siquiera se sentía borracho y no tenía un centavo en el bolsillo. Había hecho de las suyas en la oficina, había empeñado el reloj, había gastado todo el dinero y ni siquiera se había emborrachado. Comenzó a sentirse sediento nuevamente y deseaba regresar al caldeado bar. Había perdido su reputación como hombre fuerte, derrotado dos veces por un simple muchachito. Su corazón latía de furia y cuando pensaba en la mujer del sombrero grande que se había chocado con él y le había pedido perdón su furia casi lo ahogó.
El tranvía lo dejó en Shelbourne Road y arrastró su enorme cuerpo por la sombra de los muros de las barracas. Odiaba regresar a casa. Al entrar por la puerta trasera encontró la cocina vacía y el fuego casi apagado. Gritó por las escaleras:
-¡Ada! ¡Ada!
Su esposa era una mujer de rostro pequeño y afilado que maltrataba a su esposo cuando estaba sobrio y era maltratada por él cuando estaba borracho. Tenían cinco hijos. Un pequeño niño bajó corriendo las escaleras.
-¿Quién es? -preguntó el hombre, tratando de ver en la oscuridad.
-Soy yo, papá.
-¿Quién eres? ¿Charlie?
-No, papá. Tom.
-¿Dónde está tu madre?
-Se fue a la iglesia.
-Está bien... ¿Se acordó de dejarme algo de cenar?
-Sí, papá. Yo...
-Prende la lámpara. ¿Qué pretendes quedándote en la oscuridad? ¿Están los otros chicos en la cama?
El hombre se sentó pesadamente en una de las sillas, mientras el niñito prendía la lámpara. Comenzó a imitar la voz chillona de su hijo, diciendo casi como para sí mismo: "A la iglesia. A la iglesia, por favor". Cuando la lámpara fue prendida, golpeó el puño sobre la mesa y gritó:
-¿Qué pasa con mi cena?
-Voy a... cocinarla, papá -dijo el niño.
El hombre se puso de pie con furia y apuntó al fuego.
-¿En ese fuego? Has dejado que se apague el fuego. Por Dios que voy a enseñarte a no hacerlo de nuevo.
Dio un paso hacia la puerta y tomó el bastón que se hallaba detrás de ella.
-¡Voy a enseñarte a dejar apagar el fuego! -dijo, arremangándose para darle libertad al brazo.
El niñito gritó "Oh, papá" y empezó a dar vueltas alrededor de la mesa, pero el hombre lo persiguió y lo atrapó por el abrigo. El niñito miró a su alrededor desesperado pero no viendo manera de escapar se dejó caer sobre sus rodillas.
-Ahora, la próxima vez vas a tener el fuego prendido -dijo el hombre, golpeándolo furiosamente con el bastón-. Toma, maldito.
El niño soltó un alarido de dolor cuando el bastón le produjo un corte en el muslo. Juntó las manos en el aire y su voz tembló de miedo.
-Oh, papá -lloró-. No me pegues, papá. Y yo... yo diré un Ave María para ti... Diré un Ave María para ti, si no me pegas... Diré un Ave María...
Fragmento de Counterparts, cuento de James Joyce disponible en Dubliners (1914). En español, Dublineses. En Argentina es editado por Losada.
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