viernes, 27 de febrero de 2009

Trend negativo

Flashback a la infancia de Michele. Se lo ve robando, de pequeño, una torta a un bebé.

PADRE DE MICHELE (mientras habla, se ve al pequeño Michele armando una valija): -Esta no es la primera vez, y aunque no sea la más grave, ya es la tercera, y habíamos quedado en que no habría una tercera vez. Tu madre y yo estamos muy doloridos, pero esta es una decisión que era necesario tomar. No sos el primero que termina en la cárcel por los dulces y tampoco serías el último. Por otra parte, es mejor que te entreguen tus padres a que un vigilante te agarre en una parada de colectivo.

El pequeño Michele termina de armar la valija. Escena siguiente, se lo ve caminando solo por el medio de la calle, con la valija en la mano. Se mira los pies: tiene puesto un par de pantuflas.

PEQUEÑO MICHELE: -¿Por qué agarré las pantuflas? ¡Mamá! ¡¿Dónde están mis zapatos?! (Se ve al pequeño Michele acostado en su cama, gritando en sueños) ¡No, las pantuflas no! ¡Por la calle con pantuflas no!

Michele, ahora mayor, se despierta. Está acostado en un banquillo, al costado de una cancha de waterpolo. Se incorpora, gritando.

MICHELE: -¡Por la calle con pantuflas no! ¡Por la calle con pantuflas no! (Se para.) ¡Yo no hablo así!

Con unas hojas de papel en la mano, bordeando la cancha-pileta mientras se juega un partido, se acerca hacia una mujer, periodista deportiva.

MICHELE: -¡Usted tiene que cambiar esta expresión! ¡"Trend negativo"! ¡Yo nunca dije eso! ¡Jamás lo pensé! ¡Yo no hablo así!
ENTRENADOR DEL EQUIPO (a un jugador en la cancha): -¿Pero qué son esos tiros? ¡Tirá fuerte, que este tiene cuarenta años y no sabe flotar!
MICHELE (a la periodista): -Esta escena del fascista con el cartel colgado del cuello es horrible.
PERIODISTA: -No se puede cortar, es tarde.
MICHELE: -Cortala, porque no me acuerdo si es verdad. Y aunque fuera verdad, ¿hace falta recordar estas cosas oscuras?

Corte. Se ve a un muchacho, de unos veinte años, bajando unas escaleras con un cartel colgado al cuello que dice "Soy un gusano fascista". A su alrededor, decenas de otros jóvenes le gritan e insultan.
Corte nuevamente a Michele y la periodista.

PERIODISTA: -Quizás he sintetizado algún concepto, pero la sustancia es esa.
MICHELE: -No, la sustancia... Esa expresión... Ni siquiera puedo repetirla. Tenemos que ser insensibles, indiferentes a las palabras de hoy. Mire, si usted cambia solo esto, son quince o veinte frases...
PERIODISTA: -¡Pero son suyas!
MICHELE: -Quien habla mal, piensa mal y vive mal. Tiene que encontrar la palabra justa: ¡las palabras son importantes!
PERIODISTA: -Pero es tarde, la entrevista está en imprenta...
MICHELE: -¡"Trend negativo"! (Se ríe. Su expresión se convierte en una de ligera furia.) "Trend negativo"... Yo no hablo así, yo no pienso así. (Le sonríe y luego la mira con seriedad tétrica.) "Trend negativo".

Ahora, Michele camina solo por el costado de la pileta, con los papeles en la mano, hablando para sí mismo.

MICHELE: -Esto es lo único que puedo haber dicho: "Quiero ser fiel a los ideales que tenía cuando era un muchacho." (Levanta los ojos y ve a un hombre de su edad, de anteojos. Es el fascista de la escena anterior.) Disculpame por aquella, por aquella escena...
FASCISTA: -No, me divertí la otra noche, cuando te vi por televisión.
MICHELE: -No, disculpame. ¿Te acordás? ¿Te acordás?
FASCISTA: -Ah, me pedís disculpas por aquella vez, cuando me pusieron el cartel y me lapidaron. Lo podía entender, lo sabía. ¿Sabés a cuántos como vos tuve que perdonar en todos estos años? Los perdono...
MICHELE: -Sí, pero todo lo que pasó... ¡Qué escena horrible! No era justo...
FASCISTA: -Yo no cambié. Si volviera a aquel entonces, haría lo mismo. ¿Sabés cuál es la diferencia entre vos y yo?

Corte a plano del partido de waterpolo. No se escucha el final del diálogo. Se ve a Michele, del otro lado de la pileta, alejándose del fascista. Primer plano de Michele. Vuelve a hablar consigo mismo.

MICHELE: -No... Yo no puedo hablar con uno así... fascista. ¡Vos no querés hablar con él porque estás anclado en el esquematismo fácil! (Sonríe.) Lo sé. Sé que soy un esquemático, lo recuerdo... No soy uno de esos liberales, desprejuiciados, al margen de las iglesias donde se hablaba serenamente, libremente de todo. ¡No!

Michele vuelve al partido de waterpolo. Después de una escena de discusión fuerte, pero en tono humorístico, entre su entrenador y el árbitro del partido, se ve a Michele, en pleno juego, que vuelve a hablar consigo mismo.

MICHELE: -"Trend negativo". Jamás lo dije. Necesitamos inventar un lenguaje nuevo, pero... (Lo empujan hacia el fondo de la pileta.) ¡Me están lastimando! (Lo vuelven a empujar. Sale a la superficie.) Pero para inventar un lenguaje nuevo, necesitamos inventar una vida nueva. (Vuelve a hundirse y a salir a la superficie. Los jugadores se dispersan. Dirigiéndose a un jugador del equipo contrario.) Esperá, esperá. Por ahí en la entrevista fui más claro...
COMPAÑERO DE EQUIPO (desde el banquillo): -¡Michele! ¡Se acabó el tercer tiempo!
MICHELE: -Por ahí... si yo hubiese utilizado otras palabras, la entrevista no... no hubiera quedado mejor, porque si yo traduzco lo que tengo en la cabeza en una fórmula simple, lo falsearía. En la mente hay demasiados pensamientos, pero muchos pensamientos hacen bien, porque se debe pensar en todo, prever todo. Imre, debemos luchar contra el periodismo, contra las palabras equivocadas...
IMRE (con compasión): -Michele, sos muy sensible. Te amargás por nada, tratá de ser superior.
MICHELE: -¡Superior! No se necesita leer, tampoco escribir, porque un concepto, apenas queda escrito, se convierte en mentira. (Mientras ambos se alejan, nadando lentamente, hacia el borde de la pileta.) No se necesita hacer un uso criminal de la palabra. "Trend negativo"... No entiendo a toda esta gente, porque se da una capacidad de corrupción mental que desconocía. Y del lenguaje... Odio la palabra escrita. (A todos los jugadores del equipo contrario, sentados en el banquillo.) ¡La vida de un hombre queda manchada para siempre si alguien lo menciona en una revista!
ENTRENADOR DEL EQUIPO CONTRARIO: -Es verdad, pero disculpame... tengo que darle las últimas instrucciones a los muchachos.
MICHELE (sonriéndole): -¡Nos vemos después, entonces!


Fragmento de Palombella Rossa (1989), de Nanni Moretti.

Todos los detalles, necesarios para entender el contexto (acciones de los personajes, etcétera), son míos. Para comprender realmente qué está pasando, se recomienda, por supuesto, mirar la película.

Reflexiones sobre el Partido Comunista Italiano, el idioma, el periodismo, Doctor Zhivago, la adultez, las relaciones con los amigos, la religión, los deportes, la infancia, la nostalgia, el rol de la izquierda frente al avance del capitalismo liberal, el amor por los dulces, la pérdida de la memoria -literal y metafórica-. Y I'm On Fire, de Bruce Springsteen. Y una muy linda, jovencísima, Asia Argento, interpretando a Valentina, la hija de Michele/Nanni. En definitiva: una joya, como el resto de su filmografía.

Manifiesto Humanista (o El Señalador Marxista)

Las cosas que quiero:
Lilia, mis hijas
el trabajo oscuro que hago
los compañeros
el futuro
los que no obedecen
los que no se rinden
los que piensan y forjan y planean
los que actúan
el análisis claro
la revelación de lo escondido
el método cotidiano
la furia fría
los títulos brillantes
de mañana
la alegría de todos
la alegría general
que ha de venir un día
la gente abrazándose
la pareja en su amor
la esperanza insobornable
la sumersión en los otros


Escrito en 1972 por Rodolfo Walsh. Disponible en su Diario Personal. Que, dicho sea de paso, no sabía que se había editado hasta que leí este texto en un señalador de una librería platense.

jueves, 26 de febrero de 2009

Brain Proof

Entiendo -aunque no comparta- que se puedan decir dos o tres cosas positivas de las últimas pelis de Tarantino... ¿pero hace falta usar la palabra "inteligente"?

Para acabar con la filosofía

La evolución de mi filosofía se dio de la siguiente manera: mi mujer, al invitarme a probar el primer soufflé que había hecho, dejó caer por accidente una cucharadita del mismo sobre mi pie, fracturándome varios pequeños huesos. Acudieron los médicos, hicieron y examinaron radiografías y me ordenaron un mes de cama. Durante la convalecencia, me concentré en la obra de algunos de los pensadores más eximios de Occidente -una pila de libros que yo había seleccionado para eventualidades como esta-. No presté atención al orden cronológico y empecé por Kierkegaard y Sartre, luego pasé rápidamente a Spinoza, Hume, Kafka y Camus. No me aburrí como había temido; en cambio, me fascinó la energía con la que esas grandes mentes atacaban resueltamente la moral, el arte, la ética, la vida y la muerte. Recuerdo mi reacción a una observación típicamente luminosa de Kierkegaard: «Semejante relación, que se relaciona con su propio ser (es decir, un ser), debe haberse constituido a sí misma, o ha sido constituida por otra». El concepto me arrancó lágrimas de los ojos. ¡Dios santo, pensé, ser tan inteligente! (Soy un hombre con dificultades para escribir dos frases coherentes sobre «Un día en el zoológico».) La verdad es que el pasaje me resultó totalmente incomprensible, pero ¿qué más da, si Kierkegaard la había pasado bien? Súbitamente me convencí de que la metafísica era lo que siempre había querido hacer: tomé mi bolígrafo y empecé en el acto a garabatear la primera de mis propias fantasías. La obra avanzó de prisa y en solo dos tardes (con tiempo para echarme una siesta), completé la obra filosófica que, espero, no será descubierta hasta después de mi muerte o hasta el año 3000 (lo que ocurra primero) y que modestamente creo me asegurará un lugar privilegiado entre los pensadores de más peso en la historia. Aquí presento un breve ejemplo del cuerpo principal de tesoros intelectuales que lego a la posteridad, o hasta que llegue la mujer de la limpieza.


I. Crítica de la sinrazón pura

Al formular cualquier filosofía, la primera consideración siempre debe ser: ¿qué podemos saber? Es decir, qué podemos estar seguros de saber, o seguros de que sabemos que sabíamos, si realmente es de algún modo «cognoscible». ¿O lo habremos olvidado todo y tenemos demasiada vergüenza de decir algo? Descartes insinuó el problema cuando escribió: «Mi mente jamás puede conocer mi cuerpo, aunque se ha hecho bastante amiga de mis piernas». Por «cognoscible», dicho sea de paso, no quiero decir aquello que puede ser conocido por medio de la percepción de los sentidos o que puede ser comprendido por la mente, sino más bien aquello que puede decirse que es Conocido o que posee un Conocimiento o una Conocibilidad, o algo que al menos puedas mencionar a un amigo.

¿Podemos en realidad «conocer» el universo? Dios santo, ya es bastante difícil no perderse en Chinatown. Sin embargo, el asunto es el siguiente: ¿habrá algo allí fuera? ¿y por qué? ¿por qué tendrán que hacer tanto ruido? Por último, no cabe duda de que la característica de la «realidad» es que carece de esencia. Esto no quiere decir que no tenga esencia, sino simplemente que carece de ella. (La realidad a la que me refiero es la misma que describió Hobbes, pero un poco más pequeña.) Por lo tanto, el dictum cartesiano, «Pienso, luego existo», podría expresarse mejor por «¡Eh, allí va Edna con el saxofón!». Así pues, para conocer una sustancia o una idea, debemos dudar de ella y así, al dudar, llegamos a percibir las cualidades que posee en su estado finito, que están en, o son realmente «la misma cosa», o «de la misma cosa», o de algo, o de nada. Si esto está claro, podemos dejar por el momento la epistemología.


II. La dialéctica escatológica como medio de lucha contra el zona

Podemos decir que el universo consiste en una sustancia y que a esta sustancia la llamamos «átomo», o también «mónada». Demócrito la denominó átomo. Leibnitz la llamó mónada. Por fortuna, los dos hombres jamás se conocieron, de lo contrario se hubiera armado una discusión muy aburrida. Estas «partículas» fueron puestas en movimiento por alguna causa o principio fundamental, o quizás algo se cayó en algún lugar. El asunto es que ahora ya es demasiado tarde para remediarlo, salvo quizá comer mucho pescado crudo. Por supuesto, esto no explica por qué el alma es inmortal. Tampoco dice nada sobre una vida ultraterrena ni aclara la sensación que siente mi tío Sender de que le persiguen los albanos. La relación causal entre el primer principio (es decir, Dios o viento fuerte) y cualquier concepción teológica del ser (Ser), según Pascal, es «tan ridícula que ni siquiera es graciosa (Graciosa)». Schopenhauer llamó a esto «voluntad», pero su médico la diagnosticó como fiebre del heno. En sus últimos años, se amargó por eso o, más aún, por la creciente sospecha de que él no era Mozart.


III. El cosmos por cinco dólares al día

¿Qué es, entonces, lo «bello»? ¿La fusión de la armonía con lo justo, o la fusión de la armonía con algo que solo se parece a «lo justo»? Quizá la armonía se haya fundido con «la costra terrestre» y eso es lo que nos ha estado dando tantos problemas. La verdad, podemos estar seguros, es la belleza -o «lo necesario»-. Es decir, lo que es bueno, o que posee las cualidades de «lo bueno», da como resultado «la verdad». Si no lo da, siempre puedes apostar a que la cosa no es bella, aunque aún puede que sea impermeable. Estoy empezando a pensar que tenía razón antes y que todo tendría que fusionarse con la costra. Ah, bueno.


Dos parábolas

Un hombre se acerca a un palacio. La única entrada está guardada por unos fieros hunos que solo dejan pasar a hombres llamados Julius. El hombre trata de sobornar a los guardias ofreciéndoles por un año las mejores partes del pollo. Ellos ni se burlan de su oferta ni la aceptan, sino que simplemente lo agarran de la nariz y se la tuercen hasta que parezca un tornillo. El hombre dice que tiene que entrar a la fuerza en el palacio porque le trae al emperador una muda de calzoncillos. Al ver que los guardias siguen negándose, el hombre empieza a bailar el charlestón. Ellos parecen divertirse con su baile, pero pronto se ponen tristes por el trato que el gobierno federal otorga a los navajos. Sin aliento, el hombre se derrumba. Muere sin haber visto al emperador y dejando una deuda de sesenta dólares a los de la Streinway por un piano que les había alquilado en agosto.

Me entregan un mensaje para un general. Cabalgo y cabalgo, pero el cuartel general del general parece distanciarse siempre más. Por último, se arroja sobre mí una gigantesca pantera negra que me devora la mente y el corazón. Me paso la tarde terriblemente angustiado. Por más que lo intente, no puedo llegar al general a quien veo corriendo a lo lejos en pantalón corto y musitando las palabras «nuez moscada» a sus enemigos.


Aforismos

Es imposible vivir la propia muerte con objetividad y, además, cantar una canción.

El universo no es más que una idea transitoria en la mente de Dios. Es un hermoso pensamiento, aunque bastante incómodo, sobre todo si acabas de pagar el anticipo de una casa.

La nada eterna está muy bien si vas vestido para la ocasión.

¡Ojalá viviera Dioniso! ¿Dónde comería?

No solo no hay Dios, sino que ¡intenta conseguir un electricista en un fin de semana!


My Philosophy, ensayo de Woody Allen disponible en Getting Even (1971). En Argentina -y creo que en tantos otros países de habla hispana, España incluida- se editó por Tusquets bajo el título Cómo Acabar de Una Vez Por Todas Con la Cultura.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Delirio y realidad en el opresivo sur americano

El decorado es irreal, como si se tratase de un ballet dramatizado. Representa parte de una mansión de estilo gótico victoriano en la Colonia Jardín de Nueva Orleans, a últimas horas de una tarde, entre fines de verano y principios de otoño. La habitación se funde con un jardín fantástico, que tiene más de selva tropical o bosque que otra cosa, correspondiente a la edad prehistórica de los helechos gigantes, en que a seres vivientes les crecían extremidades por transformación de aletas y las escamas se les convertían en piel. Los colores de esta selva-jardín son violentos, sobre todo en razón de que un vaho visible sube de la tierra con el calor que sigue a una lluvia. Hay macizas flores de árbol que sugieren órganos de un cuerpo humano, arrancados, todavía con el brillo de la sangre aún no seca. Se perciben broncos gritos, silbidos penetrantes y otros ruidos como de fuertes pisadas, como si el jardín estuviese poblado de bestias, serpientes y aves, todas salvajes.

El tumulto del bosque persiste unos minutos luego de haberse levantado el telón, después disminuye de volumen hasta dar paso a una calma relativa, que de cuando en cuando interrumpe un nuevo estallido.

Entra una dama que se ayuda con un bastón de puño de plata. Tiene el cabello anaranjado o rosado y viste un vestido de encaje color alhucema. Sobre el pecho ya algo marchito se ha clavado un prendedor de brillantes, en forma de anémona.

La sigue un joven médico rubio, todo de blanco, con brillo glacial y muy, pero muy buen mozo; mas la actitud y elocuencia de la dama denotarán una reacción no estudiada al frío encanto del galeno.




DOCTOR: -Prosiga con la visión, señorita Katherine.
KATHERINE (camina a grandes pasos en torno a la mesa): -Sí, prosigo. ¡Ahora ya no hay nada que pueda detener esta visión...!
DOCTOR: -¿Y entretenía a su primo Sebastian ese... concierto?
KATHERINE: -Creo que lo aterraba.
DOCTOR: -¿Por qué lo aterraba?
KATHERINE: -Supongo que reconocía a algunos de los músicos, algunos de los chicos... muchachotes entre la época de la niñez y... y... También otros mayores...
DOCTOR: -¿Qué hizo él? ¿Hizo algo, señorita Katherine? ¿Se quejó al gerente?
KATHERINE: -¿Qué gerente? ¿A Dios? ¡Oh, no! ¡El gerente de un restaurante de la playa donde servían mariscos! ¡Ja, ja, ja! No... usted no comprende a mi primo.
DOCTOR: -¿Qué quiere decir con eso?
KATHERINE: -Mi primo aceptaba las cosas... todas, y tal cual son. Y pensaba que nadie tenía derecho a quejarse o entorpecer de ningún modo lo que sucedía... Aún conociendo como espantoso lo que era espantoso y sabiendo que estaba mal lo que estaba mal... y debo advertirle que mi primo Sebastian nunca estaba seguro de que algo estuviese mal... Consideraba indigno reaccionar de algún modo por alguna causa... Solo admitía hacer las cosas como algo en su interior le inducía a hacerlas...
DOCTOR: -¿Qué es lo que algo en su interior le indujo a hacer? Hablo de aquella ocasión, en Wolfhead.
KATHERINE: -Luego de la ensalada, antes de que nos trajesen el café, de pronto se apartó de la mesa y gritó: «Tienen que dejar de hacer eso... ¡Mozo, hágalos parar! Me siento mal, sufro del corazón y eso me enferma.» Fue esa la primera vez que el primo Sebastian intentó corregir una situación humana. Y creo que ese tal vez fue su error fatal. Entonces los mozos, en número de ocho o diez, se abalanzaron sobre la portezuela, y golpearon a los pequeños músicos con palos, cazuelas y cuanto objeto contundente pudieron hallar en la cocina. El primo Sebastian se separó de la mesa. Salió del restaurante, luego de haber tirado en la mesa un puñado de billetes, y huyó. Lo seguí. Todo estaba blanco afuera. Al rojo blanco, un blanco deslumbrante, al blanco deslumbrante del rojo blanco, a las cinco de la tarde, en la ciudad de... Wolfhead. Parecía como si...
DOCTOR: -¿Como si qué?
KATHERINE: -Como si un enorme hueso blanco estuviese ardiendo en el cielo, con un brillo tan intenso que se volvía blanco y emblanquecía el cielo y todo lo que estaba por debajo.
DOCTOR: -Blanco...
KATHERINE: -Blanco, sí.


Fragmentos de Suddenly, Last Summer (1958), de Tennessee Williams. En español se la conoce como Súbitamente el Último Verano. En Argentina es editada por Losada.

También existe una igualmente recomendada versión cinematográfica, del año siguiente, dirigida por el casi siempre magnífico Joseph Mankiewicz, con gloriosos Elizabeth Taylor, Katharine Hepburn y Montgomery Clift en los roles principales.

lunes, 23 de febrero de 2009

Absolutamente innecesaria reflexión oscarera

Yo sé que no le importa a nadie, y tampoco a mí, e imagino que menos a él, y todos sabemos que esos premios son pura basura y que tienen poquísimo que ver con el cine, pero realmente ¿cómo puede haber perdido Down to Earth de Gabriel frente a las aberraciones esas que musicalizan Slumdog Millonaire de Boyle?

Sobre Leigh perdiendo a Mejor Guión Original ni opino, porque en definitiva hace doce años perdió a Mejor Película contra El Paciente Inglés, y eso ya era lo suficientemente ridículo.


(Sería un crimen no dejar un link a una versión de mayor calidad. @320 kbp/s, ripeado por alguien que compró la banda sonora de Wall-E).
You been tellin' me you're a genius
since you were seventeen
In all the time I've known you
I still don't know what you mean
The weekend at the college
didn't turn out like you planned
The things that pass for knowledge
I can't understand

domingo, 22 de febrero de 2009

Machismo y burguesía. El arte como refugio-negación del mundo real

La cara de Klemmer es tersa, impoluta. La cara de Erika comienza a dar muestras de su futura descomposición. La piel de su cara presenta arrugas, las cejas se arquean ligeramente, como una hoja de papel bajo el efecto del calor, el delicado tejido debajo de los ojos se arruga y toma un color azulado. Sobre el nacimiento de la nariz, las marcas de dos fracturas que ya jamás se enderezarán. La cara se ha ido ampliando hacia fuera, un proceso que seguirá adelante en el curso de los años, hasta que la piel ciña la calavera sin que esta le dé calor. En la cabellera, aislados pelos blancos que se alimentan de sustancias estancadas y que aumentan sin cesar, hasta crear feos nidos grises en los que no se incuba nada ni cobijan nada, y Erika jamás ha acogido con calor cosa alguna, tampoco en su propio vientre. Él ha de desearla, ha de perseguirla, ha de caer a sus pies, ha de tenerla siempre presente en sus pensamientos, no ha de encontrar escapatoria ante ella. Erika se muestra pocas veces en público. También su madre practicó esa costumbre durante toda su vida. y se la veía poco. Ellas permanecen encerradas entre sus cuatro paredes y no les gusta que aparezcan visitantes a husmear. De esa forma se evita el desgaste. En todo caso, durante sus escasas presentaciones en público, no ha habido nadie que ofreciera gran cosa por las señoras Kohut.

La decadencia de Erika golpea ávida a su puerta. Ligeras manifestaciones de dolencias físicas, los problemas de circulación en las piernas, los ataques de reumatismo y las inflamaciones de las articulaciones van ganando terreno. (Estas enfermedades no suelen aparecer en un niño. Hasta ahora tampoco Erika las había sufrido). Klemmer, una figura de propaganda para la saludable práctica del piragüismo, examina a su profesora como si quisiera hacerla empaquetar inmediatamente para llevársela o, dentro de lo posible, zampársela de pie, en la misma tienda. Quizá este sea el último que manifieste interés por mí, piensa Erika llena de ira, y pronto estaré muerta, solo treinta y cinco años más, piensa Erika con furia. ¡Rápidamente a montarse en el tren, porque una vez muerta ya no oiré, ni oleré ni le tomaré el gusto a nada!

Sus garras rasguñan las teclas. Sus pies escarban sin ningún sentido y confundidos, se sacude y se da pequeños tirones por aquí y por acá, el hombre la pone nerviosa y la priva de su sostén, la música. La madre ya espera en casa. Mira el reloj de la cocina, ese péndulo implacable que, no antes de media hora, traerá a casa a la hija al ritmo del tictac. Pero la madre, que no tiene otra cosa que hacer, prefiere acumular tiempo de espera. Quizá algún día Erika llegue por sorpresa antes de la hora, porque faltó un alumno, y en ese caso la madre no habría tenido que esperar. Erika está empalada en su taburete del piano, pero al mismo tiempo se siente atraída hacia la puerta. La poderosa presión del silencio doméstico, interrumpido únicamente por el sonido del televisor, ese momento de inercia absoluta ya comienza a transformarse en un dolor físico. ¡Que Klemmer desaparezca de una vez! Que tanto habla y habla mientras en casa la tetera hierve hasta que se humedece el techo de la cocina.

Klemmer daña el parquet con el nerviosismo de la punta de sus zapatos y, como si estuviera haciendo anillos de humo, practica los pequeños pero importantísimos fundamentos de la técnica de digitación pianística, mientras la mujer siente interiormente la llamada de su hogar. Pregunta qué es lo determinante para el sonido y se responde a sí mismo: la técnica de digitación. Su boca dispara elocuente aquel resto sombrío e inasible de sonidos, colores y luz. No, lo que usted menciona no es la música tal cual yo la conozco, chirría Erika igual que un grillo, y desea al fin estar en su hogar tibio. Mas esto y solo esto, afirma rotundo el joven. Lo inmensurable, lo invalorable son para mí los criterios para enfrentarse al arte, sostiene Klemmer, y contradice a la profesora. Erika cierra la cubierta del piano y da vueltas ordenando cosas. En uno de sus compartimientos interiores el hombre ha dado casualmente con el espíritu de Schubert y le saca provecho. Cuanto más se disuelve el espíritu de Schubert en humo, vaho, colores, ideas, tanto más se asienta su valor más allá de lo descriptible. El valor cobra dimensiones gigantescas, nadie comprende su alcance. La apariencia se sitúa decididamente por delante de la esencia, dice Klemmer. Sí, la realidad probablemente sea uno de los peores errores que se puedan concebir. La mentira está por delante de la verdad, deduce el hombre a partir de sus propias palabras. Lo irreal es anterior a lo real. Y de este modo el arte gana en calidad.


Fragmento particularmente doloroso, punzante y crítico de
Die Klavierspielerin (1983), de Elfriede Jelinek. En español, La Pianista. En Argentina se puede conseguir a través de DeBolsillo.

También es recomendable La Pianiste (2001), versión cinematográfica de Michael Haneke que, sin ser su mejor película (¿acaso algo, alguna vez, superará a Funny Games?), está realmente bien. Acá se la conoce como La Profesora de Piano.

sábado, 21 de febrero de 2009

La racionalidad atea y la furia del Marqués


SACERDOTE


¿No crees, pues, en Dios?


MORIBUNDO

No, y esto por una razón muy simple: que es perfectamente imposible creer lo que no se comprende. Entre la comprensión y la fe deben existir relaciones inmediatas, la comprensión es el primer alimento de la fe; donde la comprensión no obra, la fe está muerta, y aquellos que en tal caso pretenden tenerla se engañan. Te desafío a creer en el dios que predicas -porque no sabrías demostrármelo, porque no está en ti definírmelo, y por consecuencia no lo comprendes- ya que no lo comprendes, no puedes suministrarme algún argumento razonable, en una palabra todo lo que está por arriba de los límites del espíritu humano, es quimera o inutilidad; tu dios no puede ser sino una de estas dos cosas, en el primer caso sería loco creer en él, un imbécil en el segundo.

Amigo mío, pruébame la existencia de la materia y te concederé la existencia del Creador, pruébame que la naturaleza no es autosuficiente y te permitiré suponerle un amo; hasta entonces no esperes nada de mí, no me rindo sino ante lo evidente, y solo lo reconozco por mis sentidos, donde ellos se detienen mi fe queda sin fuerza. Creo en el sol porque lo veo, lo concibo como el centro de la reunión de toda la materia inflamable de la naturaleza, percibo su marcha periódica sin asombrarme. Es una operación de física, quizá tan simple como la electricidad, pero que nos está permitido comprender. ¿Qué necesidad tengo de ir más lejos? ¿Habré avanzado cuando me levantas a tu dios por encima de todo esto? ¿Y no necesitaría tanto esfuerzo para comprender al obrero que para definir la obra?

En consecuencia, no me has prestado ningún servicio con la edificación de tu quimera, has turbado mi espíritu, pero no lo has aclarado y no te debo más que odio en lugar de reconocimiento. Tu dios es una máquina que has fabricado para servir a tus pasiones y la haces mover a tu capricho, pero ya que ella molesta mis pasiones encuentro normal que te las haya derribado, y el instante en que mi alma débil tiene necesidad de calma y de filosofía, no vengas a espantarla con tus sofismas, que la sobresaltarían sin convencerla, que la irritarían sin hacerla mejor; ella es, amigo mío, esta alma, lo que la naturaleza ha querido que sea, es decir, el producto de órganos que ella ha querido brindarme en razón de sus proyectos y de sus necesidades; y como tiene igual necesidad de los vicios y de las virtudes, cuando ha querido llevarme hacia los primeros, lo ha hecho, cuando ha deseado las segundas, me ha inspirado los deseos, y me he dejado llevar de igual modo. No busque más que sus leyes por única causa a nuestra inconsecuencia humana, y no busque a sus leyes otros principios que sus voluntades y sus necesidades.



MORIBUNDO

¿Cómo quiere razonablemente que reciba como prueba todo lo que tiene necesidad de probarse? Para que la profecía llegase a ser prueba es preciso primero que tuviese la certeza completa que ha sido realizada; ahora bien, siendo consignada en la historia, no puede tener para mí otra fuerza que todos los otros hechos históricos, los cuales tres cuartas partes son muy dudosos; si a esto agrego la apariencia más que probable que me son transmitidos por historiadores interesados, estaría como ves más en derecho de dudar. ¿Quién me asegura, por otra parte, que esta profecía no ha sido hecha a posteriori, que no ha sido el efecto de la combinación de una muy simple política, como la que ve un reino feliz bajo el dominio de un rey justo, o la helada en el invierno? Y si todo esto es así, ¿cómo quieres que la profecía, que tiene tal necesidad de ser probada, pueda ella misma convertirse en prueba? Respecto de tus milagros, ellos no me engañan más.

Todos los pícaros los han hecho, y todos los tontos los han creído; para persuadirme de la verdad de un milagro, es necesario que estuviese muy seguro que el suceso que llamas así, fuese absolutamente contrario a las leyes de la naturaleza, pues solo lo que está por fuera de ella puede pasar por milagro, ¿y quien la conoce bastante para atreverse afirmar que tal es exactamente el punto donde ella se detiene y precisamente aquel en que ella es transgredida? No se necesitan más que dos cosas para acreditar un pretendido milagro, un titiritero y unas mujerzuelas; vamos, no busques jamás otro origen a los tuyos, todos los sectarios novatos lo han hecho, y lo que es más singular, todos han encontrado imbéciles que les han creído. Tu Jesús no ha hecho nada más singular que Apolonio de Tiana, y sin embargo nadie ha pensado en tomarlo a éste por un dios; en cuanto a tus mártires, son seguramente más débiles todos tus argumentos. No hace falta más que el entusiasmo y la resistencia para serlo, y en tanto que la causa opuesta me ofrezca tantos como la tuya, no estaré jamás suficientemente autorizado para creer una mejor que la otra, pero muy inclinado al contrario suponerlas a ambas lamentables.

Ah, amigo mío, si fuera verdad que el dios que predicas existiera, ¿tendría necesidad de milagros, de mártires y de profecías para establecer su imperio? Y si, como dices, el corazón humano fuera su obra, ¿no sería ese el santuario que habría escogido para su ley? Esta ley justa, puesto que emanaría de un dios justo, se encontraría de una manera irresistible grabada igualmente en todos, y de un extremo al otro del universo todos los hombres se parecen por este órgano delicado y sensible, igualmente se parecerían por el homenaje que rendirían al dios de quien lo recibieron, todos tendrían una sola forma de amarlo, una forma de adorarlo o de servirlo y les sería tan imposible de desconocer ese dios como resistir a la inclinación secreta de su culto. ¿Qué veo en lugar de eso en el universo? Tantos dioses como países, tantas maneras de servir a esos dioses como diferentes cabezas o diferentes imaginaciones. ¿Y esta multiplicidad de opiniones en la cual me es físicamente imposible de elegir sería según tú la obra de un dios justo? Vamos, predicante, ultrajas a tu dios presentándomelo de esta manera; déjame negarlo del todo, pues si existe, entonces lo ultrajaría menos con mi incredulidad que con tus blasfemias. Vuelve a la razón, predicante, tu Jesús no vale más que Mahoma, Mahoma no es más que Moisés, y los tres no más que Confucio, quien sin embargo dictó algunos buenos principios mientras que los otros tres desvariaban; pero en general todos estos personajes no son más que impostores, de los cuales el filósofo se ha mofado, el populacho ha creído y que la justicia hubiera debido ahorcar.


Fragmentos de Dialogue Entre un Prêtre et un Moribondis (1782), del Marqués de Sade. En español, Diálogo Entre un Sacerdote y un Moribundo. Editado en Argentina por Editora AC.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Perdón si no me ubico

Yo vengo de otro siglo
con 2X y 1 tango
No pude ser un indio,
destiño negro y blanco

Yo vengo de otro siglo
con la voz en la cara,
con la sombra de un bicho
y este gesto en la espalda

Y traigo de otro siglo
la esencia de un ombligo,
un sapo traicionero,
anécdotas de perros
y un sueño retroactivo

Yo vengo de otro siglo
con un poco de todo,
solo y sin acomodo,
empuño moneditas y corro colectivos

Arrastro de otro siglo
cierto autoritarismo,
enojo prepotente y machismo,
aunque en forma decreciente

Y traigo de otro siglo
baranda de fomentos,
kerosén, eucaliptus, azufre,
linimento, chicles y ceniceros

Y traigo de otro siglo
mi suerte capicúa
y abajo de la púa
fritura de vinilo

Yo vengo de otro siglo,
me estoy acostumbrando
con 2X y 1 tango,
perdón si no me ubico

Yo vengo de otro siglo
"Toro serrano"
Vengo desde el olvido
"con un dios escondido"
y a yuyo de suburbio perfumando

Yo vengo de otro siglo
hablando con mis muertos
y no porque estoy loco,
porque si fuese un loco
ni loco lo andaría diciendo

Y traigo de otro siglo
platillos y poetas,
colores de un equipo,
dolores de bandera,
terapia de besitos


Letra de Con 2X y 1 Tango, de Alejandro del Prado. Disponible en su último disco, Yo Vengo de Otro Siglo (2008).

martes, 17 de febrero de 2009

Santiago y su ternura. El muchacho. Los peces. Los tiburones.

Recordó aquella vez en que había enganchado una de las dos agujas que iban en pareja. El macho dejaba siempre que la hembra comiera primero, y el pez enganchado, la hembra, presentó una pelea fiera, desesperada y llena de pánico que no tardó en agotarla. Durante todo ese tiempo el macho permaneció con ella, cruzando el sedal y girando con ella en la superficie. Había permanecido tan cerca, que el viejo había temido que cortara el sedal con la cola, que era afilada como una guadaña y casi de la misma forma y tamaño. Cuando el viejo la había enganchado con el bichero, la había golpeado sujetando su mandíbula en forma de espada y de áspero borde, y golpeado en la cabeza hasta que su color se había tornado como el de la parte de atrás de los espejos; y luego cuando, con ayuda del muchacho, la había izado a bordo, el macho había permanecido junto al bote. Después, mientras el viejo levantaba los sedales y preparaba el arpón, el macho dio un brinco en el aire junto al bote para ver dónde estaba la hembra. Y luego se había sumergido en la profundidad con sus alas azul-rojizas, que eran sus aletas pectorales, desplegadas ampliamente y mostrando todas sus franjas del mismo color. Era hermoso, recordaba el viejo. Y se había quedado junto a su hembra.

«Es lo más triste que he visto jamás en ellos -pensó-. El muchacho había sentido también tristeza, y le pedimos perdón a la hembra y le abrimos el vientre prontamente.»



No se sentía realmente bien, porque el dolor que le causaba el sedal en la espalda había rebasado casi el dolor y pasado a un entumecimiento que le parecía sospechoso. «Pero he pasado cosas peores -pensó-. Mi mano solo está un poco rozada y el calambre ha desaparecido de la otra. Mis piernas están perfectamente. Y además ahora te llevo ventaja en la cuestión del sustento.»

Ahora era de noche, pues en septiembre se hace de noche rápidamente después de la puesta del sol. Se echó contra la madera gastada de la proa y reposó todo lo posible. Habían salido las primeras estrellas. No conocía el nombre de Venus, pero la vio y sabía que pronto estarían todas a la vista y que tendría consigo todas sus amigas lejanas.

- El pez es también mi amigo -dijo en voz alta-. Jamás he visto un pez así, ni he oído hablar de él. Pero tengo que matarlo. Me alegro que no tengamos que tratar de matar las estrellas.

«Imagínate que cada día tuviera uno que tratar de matar la luna -pensó-. La luna se escapa. Pero ¡imagínate que tuviera uno que tratar diariamente de matar el sol! Nacimos con suerte», pensó.

Luego sintió pena por el gran pez que no tenía nada que comer y su decisión de matarlo no se aflojó por eso un instante. «Podría alimentar a mucha gente -pensó-. Pero ¿serán dignos de comerlo? No, desde luego que no. No hay persona digna de comérselo, a juzgar por su comportamiento y su gran dignidad.»

«No comprendo estas cosas -pensó-. Pero es bueno que no tengamos que tratar de matar el sol o la luna o las estrellas. Basta con vivir del mar y matar a nuestros verdaderos hermanos.»


Fragmentos de The Old Man and the Sea (1952), de Ernest Hemingway. En español, El Viejo y el Mar. Se consigue a través de Seix Barral.

Teología, geometría y oficina

Querido lector:

Los libros son hijos inmortales que desafían a sus progenitores.
Platón


Descubro, estimado lector, que he ido habituándome al agitado ritmo de la vida oficinesca, adaptación de la que no me creía capaz. No hay duda, desde luego, de que en mi breve carrera en Levy Pants Limitada he logrado introducir varias innovaciones prácticas y eficientes. Los lectores que sean también trabajadores administrativos y estén leyendo este penetrante diario en el descanso del café, o en otra circunstancia similar, deberían tomar buena nota de una o dos de mis innovaciones. Dirijo también estos comentarios a los funcionarios y a los ricachones en general.

He dado en llegar a la oficina una hora más tarde de lo que allí se me espera. En consecuencia, me encuentro muchísimo más reposado y fresco cuando llego, y evito esa primera hora lúgubre de la jornada laboral en la que los sentidos y el cuerpo entorpecidos aún por el sueño convierten cualquier tarea en una penitencia. Considero que, al llegar más tarde, mejora notablemente la calidad del trabajo que realizo.

De momento, debo mantener en secreto la innovación que he introducido en relación con el sistema de archivado, pues es revolucionaria, y he de comprobar los resultados antes de revelarla. En teoría, la innovación es magnífica. Sin embargo, he de decir que esos papeles viejos y amarillentos que se guardan en los archivos constituyen un peligroso riesgo de incendio. Un aspecto más especial, que quizá no tenga aplicación en todos los casos, es que mis archivos son, al parecer, domicilio de insectos y animales diversos. La peste bubónica es algo que resultaba natural en el Medioevo. Pero creo que contraerla en este espantoso siglo resultaría tan solo ridículo.

Hoy nuestra oficina se vio honrada al fin con la presencia de nuestro amo y señor, G. Levy. A decir verdad, me pareció un tanto indiferente y despreocupado. Llamé su atención sobre el cartel (sí, lector, al fin está terminado y colocado, una flor de lis de lo más imperial le añade mayor significado), pero tampoco esto despertó en él demasiado interés. Su estancia fue breve y muy poco profesional; más, ¿quiénes somos nosotros para poner en entredicho los motivos de esos gigantes del comercio cuyos caprichos guían el curso de nuestra nación? Con el tiempo, sabrá de mi devoción por su empresa, de mi dedicación. Y tal vez mi ejemplo le mueva a creer de nuevo en Levy Pants.

La Trixie aún guarda silencio, con lo que demuestra que es aún más sabia de lo que yo había imaginado. Tengo la sospecha de que esta mujer sabe muchísimo, de que su apatía es solo una fachada para ocultar su claro resentimiento contra Levy Pants. Su coherencia aumenta cuando habla de la jubilación. He observado que necesita calcetines blancos de repuesto, pues los que lleva ahora se han vuelto más bien grises. Quizás en un futuro próximo le compre un par de calcetines blancos de esos absorbentes que utilizan los deportistas. Quizás este detalle afectuoso la conmueva y la induzca a la conversación. Parece haberle tomado mucho cariño a mi gorra, pues ha dado en ponérsela de vez en cuando en lugar de su visera de celuloide.

Como ya te he dicho, lector, en anteriores entregas, he estado emulando al poeta Milton pasando mi juventud retirado, entregado al estudio y a la meditación a fin de perfeccionar mi oficio de escritor, tal como hizo él; la intemperancia cataclismática de mi madre me ha arrojado al mundo con la mayor crueldad. Mi organismo entero está aún agitado. En consecuencia, estoy aún en el proceso de adaptarme a la tensión del mundo laboral. En cuanto mi organismo se acostumbre a la oficina, daré el paso gigantesco de visitar la fábrica, diligente corazón de Levy Pants. He oído más de un pequeño silbido y un pequeño estruendo a través de la puerta de la fábrica, pero mi condición actual, que es de un cierto desasosiego, me veta un descenso a ese infierno particular, por el momento. De vez en cuando, aparece por la oficina algún obrero para exponer incultamente algún problema (normalmente se trata de una borrachera del capataz, que es un bebedor inveterado). Cuando me encuentre de nuevo en posesión de todas mis facultades visitaré a esa gente de la fábrica; tengo firmes y profundas convicciones respecto a la acción social. Seguramente podré hacer algo para ayudar a esos trabajadores. No puedo soportar a los que actúan cobardemente ante la injusticia social. Creo en un compromiso audaz e implacable con los problemas de nuestra época.

Nota social: He buscado distracción en el Prytania más de una vez, arrastrado por el atractivo de ciertos horrores tecnicoloreados, abortos fílmicos que eran ultrajes a todo criterio de gusto y decencia, rollos y rollos de perversión y blasfemia que asombraban y sobrecogían mis incrédulos ojos, que estremecían mi mente virginal y cerraban mi válvula.

Mi madre se relaciona ahora con unos indeseables que intentan convertirla en una especie de atleta, especímenes depravados de la humanidad que se dedican a jugar a los bolos y se sumergen así en el olvido. Seguir mi floreciente carrera mercantil me resulta un tanto doloroso, a veces, padeciendo como padezco estas distracciones y angustias en el hogar.

Nota sanitaria: Mi válvula se cerró violentamente esta tarde, cuando el señor González me pidió que le cerrara una columna de cifras. Cuando vio el estado en que su petición me precipitó, sumó él mismo, consideradamente, dichas cifras. Procuré no hacer una escena, pero mi válvula pudo más que yo. Por cierto que ese jefe administrativo podría resultar un fastidio.


Hasta luego,
Darryl, vuestro chico trabajador


Fragmento de A Confederacy of Dunces, de John Kennedy Toole. Más exactamente, una entrada del diario personal de Ignatius J. Reilly, su increíble protagonista. Escrita entre mediados y fines de la década de 1960, es la segunda y última novela de Toole, y fue publicada recién en 1980, once años después de su suicidio. En español se la conoce como La Conjura de los Necios, y puede conseguirse a través de Anagrama.

lunes, 16 de febrero de 2009

2+2=5



Tira del grandioso Quino, publicada en ¡A Mí No Me Grite! (1972). Se consigue a través de Ediciones De La Flor, al igual que el resto de su obra, incluída Mafalda.

Sobre Benjamin Sachs

Nació el 6 de agosto de 1945. Recuerdo la fecha porque siempre la mencionaba, refiriéndose a sí mismo en varias conversaciones como «el primer niño de Hiroshima nacido en Estados Unidos», «el verdadero niño de la bomba», «el primer hombre blanco que respiró en la era nuclear». Solía afirmar que el médico le había traído al mundo en el preciso momento en que el Hombre Gordo salía de las entrañas del Enola Gay, pero siempre me pareció que esto era una exageración. La única vez que hablé con la madre de Sachs, ella no recordaba a qué hora había tenido lugar el nacimiento (había tenido cuatro hijos, decía, y todos los partos se mezclaban en su mente), pero por lo menos confirmó la fecha, añadiendo que se acordaba claramente de que le habían contado lo de Hiroshima después de que su hijo naciera. Si Sachs se inventó el resto no era más que una pequeña mitificación inocente por su parte. Se le daba muy bien convertir los hechos en metáforas, y puesto que siempre tenía gran abundancia de hechos a su disposición, podía bombardearte con un interminable surtido de extrañas conexiones históricas, emparejando a las personas y los acontecimientos más remotos. Una vez, por ejemplo, me contó que durante la primera visita de Peter Kropotkin a los Estados Unidos en la década de 1890, Mrs. Jefferson Davis, la viuda del presidente confederado, solicitó una entrevista con el famoso príncipe anarquista. Eso ya era de por sí extraño, decía Sachs, pero entonces, solo unos minutos después de que Kropotkin llegase a casa de Mrs. Davis, se presentó por sorpresa nada más y nada menos que Booker T. Washington. Washington anunció que buscaba al hombre que había acompañado a Kropotkin (un amigo común), y cuando Mrs. Davis se enteró de que estaba esperando en el vestíbulo, ordenó que le hicieran pasar a reunirse con ellos. Así que durante la hora siguiente este improbable trío estuvo sentado alrededor de una mesa tomando el té y conversando cortésmente: el noble ruso que pretendía derribar a todo gobierno organizado, el antiguo esclavo convertido en escritor y educador y la esposa del hombre que llevó a América a su guerra más sangrienta en defensa de la institución de la esclavitud. Solo Sachs podía saber algo semejante. Solo Sachs podía informarle a uno de que cuando la actriz de cine Louise Brooks crecía en una pequeña ciudad de Kansas a principios de siglo, su vecina y compañera de juegos era Vivian Vance, la misma mujer que más tarde actuó en el programa de televisión Te quiero, Lucy. Le divertía haber descubierto esto: que los dos extremos de la feminidad americana, la vampiresa y la maruja, la diablesa libidinosa y el ama de casa desaliñada, hubiesen empezado en el mismo lugar, en la misma calle polvorienta de Estados Unidos. A Sachs le encantaban estas ironías, las inmensas locuras y contradicciones de la historia, el modo en que los hechos se ponían constantemente cabeza abajo. Empapándose de estos hechos, podía leer el mundo como si fuera una obra de la imaginación, convirtiendo los sucesos documentados en símbolos literarios, tropos que señalaban una oscura y compleja configuración incrustada en lo real. Nunca pude estar seguro de hasta qué punto se tomaba en serio este juego, pero lo jugaba con frecuencia, y a veces era casi como si no pudiese contenerse. El asunto de su nacimiento formaba parte de esta misma compulsión. Por una parte, era una forma de humor negro, pero también era un intento de definirse, una forma de implicarse en los horrores de su tiempo. Sachs hablaba a menudo de la bomba. Era un hecho fundamental del mundo para él, una última demarcación del espíritu, y en su opinión nos separaba de todas las demás generaciones de la historia. Una vez adquirida la capacidad de destruirnos a nosotros mismos, la noción misma de vida humana había quedado alterada; incluso el aire que respirábamos estaba contaminado por el hedor de la muerte. Sachs no era, ciertamente, la primera persona a quien se le había ocurrido esta idea, pero teniendo en cuenta lo que le sucedió hace nueve días, hay algo pavoroso en esa obsesión, como si fuese una especie de tropo mortal, una palabra equivocada que echó raíces dentro de él y se extendió hasta escapar a su control.


Comenzó la era de Ronald Reagan. Sachs continuó haciendo lo que siempre había hecho, pero en el nuevo orden americano de la década de 1980 su posición se hizo cada vez más marginal. No era que no tuviese público, pero este se reducía progresivamente y las revistas que publicaban su trabajo eran cada vez más minoritarias. Casi imperceptiblemente, Sachs llegó a ser considerado un caso atávico, alguien en discordia con el espíritu de la época. El mundo había cambiado a su alrededor y en el actual clima de egoísmo e intolerancia, de golpes de pecho, de americanismo imbécil, sus opiniones sonaban curiosamente duras y moralistas. Ya era bastante malo que la derecha estuviera en ascenso en todas partes, pero para él aún era más perturbador el colapso de cualquier oposición efectiva. El Partido Demócrata se había hundido; la izquierda prácticamente había desaparecido; la prensa estaba muda. De repente el bando contrario se había apropiado de todos los argumentos y levantar la voz contra él era considerado de mala educación. Sachs continuó fastidiando, defendiendo aquello en lo que siempre había creído, pero cada vez eran menos las personas que se tomaban la molestia de escucharle. Él fingía que no le importaba, pero yo veía que la batalla le estaba agotando, que aunque intentaba hallar consuelo en el hecho de que tenía razón, iba perdiendo gradualmente la fe en sí mismo.


Fragmentos de Leviathan (1992), de Paul Auster. En español se conoce, claro, como Leviatán. Editado por Anagrama, al igual que el resto de la obra de Auster.

domingo, 15 de febrero de 2009

La desaburrición de aquel, que escapa

JOHNNY.- Oh. Have a fag.
LOUISE.- Yeah, thanks. I will. What are you reading?
JOHNNY.- Will you stop fucking about and fidgeting in my peripherals? I'm trying to concentrate.
LOUISE.- She's got a very little waist, Sophie, ain't she? She's got little tits and all. Are you not cold?
JOHNNY.- I'm reading about the butterfly effect.
LOUISE.- What's the butterfly effect?
JOHNNY.- Every time a butterfly flaps its wings in Tokyo, this old granny in Salford gets a bilious attack.
LOUISE.- What happens if a butterfly flaps its wings in Salford?
JOHNNY.- That's not the point.
LOUISE.- Oh, is it not? What are you doing in London, Johnny?
JOHNNY.- What are YOU doing in London?
LOUISE.- I've told you what I'm doing in London.
JOHNNY.- You've told me nothing.
LOUISE.- The last time I saw you, I told you...
JOHNNY.- Fuckin' hell! Were you born irritatin'? What have you come downstairs for, anyway?
LOUISE.- I fell asleep with the window open. I was cold. I came down. I had to pee. I've made some tea. I'm here. All right?
JOHNNY.- What's that, the greatest story ever told?
LOUISE.- I live here. So what happened? Were you bored in Manchester?
JOHNNY.- Was I bored? No, I wasn't fuckin' bored. I'm never bored. That's the trouble with everybody. You're all so bored. You've had nature explained to you, and you're bored with it. You've had the living body explained to you, and you're bored with it. You've had the universe explained to you, and you're bored with it. So now you just want cheap thrills, and plenty of 'em, and it don't matter how tawdry or vacuous they are as long as it's new... as long as it's new, as long as it flashes and fucking bleeps in forty fuckin' different colors. Well, whatever else you can say about me, I'm not fuckin' bored.
LOUISE.- Yeah. All right.
JOHNNY.- So how's it all going for you?
LOUISE.- It's a bit boring, actually.
JOHNNY.- You're not enjoying yourself? Have you made many friends?
LOUISE.- No.
JOHNNY.- Have you got a goblet or something, because me heart's bleedin'.
LOUISE.- When are you going back to Manchester?
JOHNNY.- When are YOU going back to Manchester?
LOUISE.- I'm not going back.
JOHNNY.- Why not?
LOUISE.- You know why not.
JOHNNY.- Do I?
LOUISE.- I thought you said you never wanted to see me again.
JOHNNY.- I don't ever want to see you again. So will you fuck off back upstairs?
LOUISE.- Why are you such a bastard, Johnny?
JOHNNY.- Monkey see, monkey do.
LOUISE.- What does that mean?
JOHNNY [Coughing].- Oh, this fucking cough.
LOUISE.- A butterfly must have flapped its wings.
JOHNNY.- So have you got to get up for work now, yeah?
LOUISE.- No. It's too early. I'm going back to bed.


JOHNNY.- Agarrá un cigarrillo.
LOUISE.- Sí, gracias. Voy a hacerlo. ¿Qué estás leyendo?
JOHNNY.- ¿Podés dejarte de joder y de meterte en mi campo de visión? Estoy tratando de concentrarme.
LOUISE.- Tiene una cintura muy angosta Sophie, ¿no? Tiene tetas pequeñas y todo. ¿No tenés frío?
JOHNNY.- Estoy leyendo sobre el efecto mariposa.
LOUISE.- ¿Qué es el efecto mariposa?
JOHNNY.- Cada vez que una mariposa aletea en Tokio, a una abuela le da un ataque al hígado en Salford.
LOUISE.- ¿Y qué pasa si una mariposa aletea en Salford?
JOHNNY.- Ese no es el punto.
LOUISE.- Ah, ¿no lo es? ¿Qué estás haciendo en Londres, Johnny?
JOHNNY.- ¿Qué estás haciendo vos en Londres?
LOUISE.- Ya te dije qué estoy haciendo en Londres.
JOHNNY.- No me dijiste nada.
LOUISE.- La última vez que te vi, te dije...
JOHNNY.- ¡Puta madre! ¿Naciste irritante? ¿Para qué mierda bajaste?
LOUISE.- Me quedé dormida con la ventana abierta. Tenía frío. Bajé. Fui a hacer pis. Preparé un poco de té. Y acá estoy. ¿Está bien?
JOHNNY.- ¿Qué es eso? ¿La historia más grandiosa jamás contada?
LOUISE.- Vivo acá. ¿Entonces qué pasó? ¿Estabas aburrido en Manchester?
JOHNNY.- ¿Si estaba aburrido? No, mierda, no estaba aburrido. Nunca estoy aburrido. Ese es el problema con todo el mundo. Están todos tan aburridos. Les explican sobre la naturaleza, y se aburren. Les explican el cuerpo humano, y se aburren. Les explican el universo, y se aburren. Así que ahora solamente quieren emociones baratas, y en toneladas, y no importa si son de mal gusto o si son vacías, siempre y cuando sean nuevas... siempre y cuando sean nuevas, siempre y cuando brillen y tengan luces de cuarenta putos colores distintos. Bueno, podés decir muchas cosas sobre mí, pero no que estoy aburrido.
LOUISE.- Sí. Está bien.
JOHNNY.- ¿Entonces, cómo andan tus cosas?
LOUISE.- Estoy un poco aburrida, realmente.
JOHNNY.- ¿No estás disfrutando? ¿Hiciste muchos amigos?
LOUISE.- No.
JOHNNY.- ¿No tendrás una copa, o algo? El corazón me sangra de pena.
LOUISE.- ¿Cuándo vas a volver a Manchester?
JOHNNY.- ¿Cuándo vas a volver vos a Manchester?
LOUISE.- No voy a volver
JOHNNY.- ¿Por qué no?
LOUISE.- Ya sabés por qué no.
JOHNNY.- ¿Lo sé?
LOUISE.- Pensé que habías dicho que no querías volver a verme.
JOHNNY.- Y no quiero volver a verte, ¿así que podés volver a subir esas putas escaleras?
LOUISE.- ¿Por qué sos tan jodido, Johnny?
JOHNNY.- Lo que mono ve, mono hace.
LOUISE.- ¿Y eso qué significa?
JOHNNY [Tosiendo].- Esta tos de mierda...
LOUISE.- Una mariposa debe haber aleteado.
JOHNNY.- ¿No tenés que ir a trabajar?
LOUISE.- No, es demasiado temprano. Voy a volver a la cama.


Diálogo de Naked (1993), de Mike Leigh.

viernes, 13 de febrero de 2009

¿Lugares comunes?

París había puesto en acusación al presidente, los ministros y la mayoría de la Asamblea nacional; éstos pusieron a París en estado de sitio. La Montaña había declarado a la mayoría de la Asamblea legislativa fuera de la Constitución, la mayoría llevaba a la Montaña ante la Alta Corte por violar la Constitución y proscribía todo lo que aún quedaba de vigorizante en su seno. Se la diezmó al punto de reducirla a un tronco sin cabeza ni corazón. La minoría había llegado hasta tentar una insurrección parlamentaria; la mayoría elevó su despotismo parlamentario a la altura de una ley. Ella decretó un nuevo reglamento que suprimía la libertad de tribuna y daba poder al presidente de la Asamblea nacional para castigar a los representantes por perturbación del orden, mediante la censura, la multa, la suspensión de la inmunidad parlamentaria, la expulsión temporal, la cárcel. Por encima del tronco de la Montaña, ella suspendió no la espada, sino los látigos. Lo que restaba de diputados de la Montaña hubiera debido, por su honor, retirarse en masa. La disolución del partido del orden fue acelerada por tal acto. No podía descomponerse más que en sus elementos originales a partir del momento en que la apariencia de una oposición ya no los mantenía unidos.

Al mismo tiempo que se los privaba de sus fuerzas parlamentarias, se despojaba a los pequeños burgueses demócratas de su fuerza armada, licenciando la artillería parisiense, así como a las legiones 8ª, 9ª y 12ª de la guardia nacional. Por el contrario, la legión de la alta finanza, que había asaltado, el 13 de junio, las imprentas de Boulé y de Roux, roto las prensas, devastado los escritores de los periódicos republicanos, detenido arbitrariamente redactores, tipógrafos, impresores, expedicionarios, recaderos, recibió desde lo alto de la tribuna una aprobación animadora. Sobre toda Francia se repitió la disolución de las guardias nacionales sospechadas de republicanismo.

Una nueva ley contra la prensa, una nueva ley contra las asociaciones, una nueva ley sobre el estado de sitio, las prisiones de París archirrepletas, los refugiados políticos perseguidos, todos los diarios más allá de las fronteras del National suspendidos, Lyon y los cinco departamentos limítrofes entregados a la chicana brutal del despotismo militar, los tribunales presentes en todos los sitios, el ejército de funcionarios tan a menudo depurado ya, aún depurado una vez más, tales fueron los lugares comunes inevitables que renueva sin cesar la reacción victoriosa y que, después de las masacres y deportaciones de junio, solo merecen ser mencionados porque esta vez fueron dirigidos no solamente contra París, sino también contra los departamentos, no solamente contra el proletariado sino, sobre todo, contra las clases medias.

Las leyes represivas que remitían a la voluntad del Gobierno el establecimiento del estado de sitio, agarrotaban aún más sólidamente a la prensa y suprimían el derecho de asociación, absorbieron toda la actividad legislativa de la Asamblea nacional durante los meses de junio, julio y agosto.

Sin embargo, esta época se caracteriza no por la explotación de hecho, sino de principio de la victoria, no por las decisiones de la Asamblea nacional, sino por la exposición de los motivos de estas decisiones, no por la cosa, sino por la frase, no por la frase, sino por el acento y el gesto que animan la frase. La expresión impúdica, sin miramiento, de las opiniones realistas, los insultos de una distinción despreciante contra la República, la divulgación por coquetería frívola de los proyectos de restauración; en una palabra, la violación fanfarrona de las conveniencias republicanas, dan a este período su tonalidad y su color particulares. "¡Viva la Constitución!" fue el grito de batalla de los vencidos del 13 de junio. Los vencedores estaban, pues, desligados de la hipocresía del lenguaje constitucional, es decir, republicano. La contrarrevolución sometía a Hungría, Italia, Alemania y ya se creía la Restauración a las puertas de Francia. Entre los jefes de las fracciones del orden se trabó una verdadera competencia para ver quién iniciaba la danza, luciendo su realismo en el Moniteur, considerándose y arrepintiéndose de los pecados que habían podido cometer por liberalismo bajo la República y pidiendo perdón a Dios y a los hombres. No pasó ni un día sin que en la tribuna de la Asamblea nacional la revolución no fuese declarada una desgracia pública, sin que cualquier hidalgo de gotera legitimista de la provincia no demostrara solemnemente que él nunca había reconocido la República, sin que uno de los desertores y traidores poltrones de la monarquía de julio no relatara, después del hecho, las proezas heroicas que solo la filantropía de Luis Felipe u otros malentendidos le habían evitado realizar. Lo que se debía admirar en las jornadas de febrero no era la generosidad del pueblo vencedor, sino la abnegación y la moderación de los realistas que le habían permitido vencer. Un representante del pueblo propuso que una parte de los socorros destinados a los heridos de febrero fuera atribuida a los guardias nacionales que, en esas jornadas, habrían sido los únicos que merecieran el agradecimiento de la patria. Otro quería que se decretase la erección de una estatua ecuestre al duque de Orléans en la plaza de Carrousel. Thiers llamó a la Constitución un pedazo de papel sucio. Unos detrás de otros, aparecían en la tribuna orleanistas lamentándose de haber conspirado contra la realeza legítima, y legitimistas, que se reprochaban haber acelerado la caída de la monarquía en general por su rebelión contra la realeza ilegítima; Thiers, que lamentaba haber intrigado contra Molé, Molé contra Guizot, Barrot contra los tres. El grito de "¡Viva la República social-demócrata!" fue declarado inconstitucional. El grito de "¡Viva la República!" fue perseguido como social-demócrata. El día del aniversario de Waterloo, un representante declaró: "Temo menos la invasión de los prusianos que el regreso a Francia de los exiliados revolucionarios". A la queja contra el terrorismo organizado en Lyon y en los departamentos vecinos, Baraguay de Hilliers respondía: "Prefiero el terror blanco al terror rojo". Y la asamblea estallaba en aplausos frenéticos cada vez que un epigrama contra la República, contra la revolución, contra la Constitución, por la realeza, por la Santa Alianza, caía de los labios de los oradores. Cada violación a las más pequeñas formalidades republicanas -no llamar, por ejemplo, a los representantes "ciudadanos"- entusiasmaba a los caballeros del orden.


Fragmento de Die Klassenkämpfe in Frankreich 1848–50 (1850), de Karl Marx. En español, Las Luchas de Clases en Francia de 1848 a 1850. Editado, entre otros, por Claridad.

jueves, 12 de febrero de 2009

Ciempiés

El doctor Schafer «El Dedos», Niño de las Lobotomías, se pone en pie y dirige a los congresistas el frío impacto azul de su mirada:
- Señores, el sistema nervioso humano puede ser reducido a un bloque compacto de columna vertebral. El cerebro anterior y posterior ha de seguir a ganglios, muela de juicio, apéndice... Les presento mi obra maestra: el norteamericano desangustiado perfecto.

Clarines vibrantes: dos Porteadores Negros introducen al Hombre desnudo y lo dejan caer sobre el estrado con brutalidad animal, despectiva... El Hombre se retuerce... Su carne se convierte en una jalea viscosa, transparente, que se va evaporando en una bruma verde, dejando al descubierto un monstruoso ciempiés negro. Oleadas de un olor desconocido invaden la sala, chamuscan los pulmones, corroen el estómago... Schafer se retuerce las manos sollozando:
- ¡Clarence! ¿Cómo pueden hacerme esto? ¡Ingratos! ¡Todos son unos ingratos!

Los congresistas se echan para atrás entre murmullos consternados:
- Creo que Schafer ha ido demasiado lejos...
- Yo ya había avisado que...
- Schafer es un tipo brillante... pero...
- La gente hace lo que sea con tal de tener publicidad...
- Señores, esta innombrable criatura, ilegítima en todos los sentidos, hija del corrompido cerebro del doctor Schafer, no debe ver la luz... Nuestro deber hacia la especie humana está bien claro...
- Hombre que hizo ver luz -dice uno de los Porteadores Negros.
- Hay que machacar a ese bicho antiamericano -dice un médico gordo del Sur con cara de sapo que bebía whisky de maíz en un tarro de mermelada. Se adelanta con andares de borracho y se para asustado por el tamaño impresionante y el amenazador aspecto del ciempiés-. ¡Que traigan gasolina! -vocifera-. Tenemos que quemar a ese hijo de puta como si fuera un negro chuleta.
- Yo no quiero saber nada -dice un médico joven y progre que va colocado de LSD-25...- Cualquier fiscal un poco listo...

Fundido en negro...

- ¡Orden en la sala!

FISCAL. - Señores del jurado, estos caballeros tan «cultos» pretenden que la inocente criatura humana que tan irreflexivamente sacrificaron se convirtió de repente en un enorme ciempiés negro y que fue «su deber hacia la especie humana» destruir aquel monstruo antes de que pudiese, por cualquier medio a su alcance, perpetuar su especie... ¿Vamos a tragarnos semejante pila de mierda? ¿Vamos a dejar que nos endilguen semejante camelo como si fuéramos idiotas? ¿Dónde está ese fantástico ciempiés? «Lo destruimos», dicen muy orgullosos... Pero yo quiero recordarles, señores y hermafroditas del jurado, que esa Gran Bestia -señala al doctor Schafer-, ha comparecido ya en varias ocasiones ante este tribunal acusado del incalificable delito de violación de cerebros... dicho en cristiano -golpea con el puño la barandilla que le separa del jurado, su voz pasa a ser un grito-, dicho en cristiano, señores, lobotomía por la fuerza...

Los jurados se sofocan... Uno se muere de un ataque cardíaco... Otros tres caen al suelo retorciéndose en orgasmos de lascivia...

El Fiscal señala dramático:
- Ahí está... Él y no otro, es quien ha reducido provincias enteras de nuestro hermoso país a un estado próximo a la idiocia más absoluta... Él es quien ha llenado almacenes enormes con filas y filas, hileras e hileras, de indefensas criaturas a cuyas más mínimas necesidades hay que proveer... «Zánganos», los llama con cínica sonrisa que refleja la maldad en estado puro del intelectual... Señores, yo afirmo que el pérfido asesinato de Clarence Cowie no debe quedar sin castigo. ¡Los gritos de «Justicia» para crimen tan nefando resuenan al menos como los de un maricón herido!

El ciempiés se remueve, agitado.

- Hombre, el hijo de puta este tiene hambre -grita uno de los Porteadores.
- Yo me largo de aquí.

Una oleada de horror eléctrico atraviesa la sala... los congresistas se precipitan hacia las salidas gritando y arañando...


Meeting of International Conference of Technological Psychiatry, capítulo de Naked Lunch (1959), de William S. Burroughs. En español, El Almuerzo Desnudo. Se consigue, seguro, a través de Bruguera y de Anagrama.

domingo, 1 de febrero de 2009

La poesía detectivesca

El sol caía, seco y cálido, sobre la hierba. Al entrar en el bosque, sintieron el fresco de la sombra como el bañista que se arroja a la sombría alberca. El interior del bosque vibraba de rayos de sol y haces de sombra, que formaban un tenebroso velo como en la vertiginosa luz del cinematógrafo. Syme apenas podía distinguir las formas sólidas de sus compañeros, en aquellas danzas de luz y sombra. Ya se iluminaba una cabeza, dejando en la oscuridad el resto del cuerpo, con una súbita claridad rembrandtesca. Ya se veían unas manos blancas junto a una cabeza negra. El ex marqués se había echado sobre las cejas el sombrero de paja, y la sombra negra del ala cortaba en dos su rostro de tal modo que parecía llevar un antifaz como sus perseguidores. Syme se puso a divagar. ¿Llevaría Ratcliffe antifaz? ¿Lo llevaría realmente alguien? ¿Existiría realmente alguien? Aquel bosque de encantamiento, donde los rostros se ponían alternativamente blancos y negros, ya entrando en la luz, ya desvaneciéndose en la nada, aquel caos de claroscuro (después de la franca luminosidad de los campos) era a la mente de Syme un símbolo perfecto del mundo en que se encontraba metido desde hacía tres días; aquel mundo en que los hombres se quitaban las barbas, las gafas, las narices y se metamorfoseaban en otros. Aquella trágica confianza en sí mismo, de que se sintió poseído cuando se figuró que el marqués era el mismo Diablo, había desaparecido del todo, ahora que el marqués se le había convertido en un aliado. En tal desazón, casi se preguntaba qué es un amigo y qué es un enemigo. Las cosas, aparte de su apariencia, ¿tendrían alguna realidad? El marqués se arrancaba las narices y se transformaba en detective. ¿No podría igualmente quitarse la cabeza y quedar hecho un espectro? Después de todo, ¿no era todo a la imagen y semejanza de aquel bosque brujo, de aquel incansable bailoteo de luz y sombra? Todo podía ser un resplandor fugaz, un destello siempre imprevisto y pronto olvidado. Porque en el interior de aquel bosque salpicado de sol, Gabriel Syme encontraba lo que muchos pintores modernos han encontrado: lo que hoy llaman "impresionismo", que solo es un nuevo nombre del antiguo escepticismo, incapaz de encontrarle fondo al universo.


Fragmento de The Man Who Was Thursday: A Nightmare (1908), de Gilbert Keith Chesterton. Publicado en Argentina por Losada, como El Hombre Que Fue Jueves, con muy buena traducción y grandilocuente prólogo de Alfonso Reyes.