miércoles, 25 de febrero de 2009

Delirio y realidad en el opresivo sur americano

El decorado es irreal, como si se tratase de un ballet dramatizado. Representa parte de una mansión de estilo gótico victoriano en la Colonia Jardín de Nueva Orleans, a últimas horas de una tarde, entre fines de verano y principios de otoño. La habitación se funde con un jardín fantástico, que tiene más de selva tropical o bosque que otra cosa, correspondiente a la edad prehistórica de los helechos gigantes, en que a seres vivientes les crecían extremidades por transformación de aletas y las escamas se les convertían en piel. Los colores de esta selva-jardín son violentos, sobre todo en razón de que un vaho visible sube de la tierra con el calor que sigue a una lluvia. Hay macizas flores de árbol que sugieren órganos de un cuerpo humano, arrancados, todavía con el brillo de la sangre aún no seca. Se perciben broncos gritos, silbidos penetrantes y otros ruidos como de fuertes pisadas, como si el jardín estuviese poblado de bestias, serpientes y aves, todas salvajes.

El tumulto del bosque persiste unos minutos luego de haberse levantado el telón, después disminuye de volumen hasta dar paso a una calma relativa, que de cuando en cuando interrumpe un nuevo estallido.

Entra una dama que se ayuda con un bastón de puño de plata. Tiene el cabello anaranjado o rosado y viste un vestido de encaje color alhucema. Sobre el pecho ya algo marchito se ha clavado un prendedor de brillantes, en forma de anémona.

La sigue un joven médico rubio, todo de blanco, con brillo glacial y muy, pero muy buen mozo; mas la actitud y elocuencia de la dama denotarán una reacción no estudiada al frío encanto del galeno.




DOCTOR: -Prosiga con la visión, señorita Katherine.
KATHERINE (camina a grandes pasos en torno a la mesa): -Sí, prosigo. ¡Ahora ya no hay nada que pueda detener esta visión...!
DOCTOR: -¿Y entretenía a su primo Sebastian ese... concierto?
KATHERINE: -Creo que lo aterraba.
DOCTOR: -¿Por qué lo aterraba?
KATHERINE: -Supongo que reconocía a algunos de los músicos, algunos de los chicos... muchachotes entre la época de la niñez y... y... También otros mayores...
DOCTOR: -¿Qué hizo él? ¿Hizo algo, señorita Katherine? ¿Se quejó al gerente?
KATHERINE: -¿Qué gerente? ¿A Dios? ¡Oh, no! ¡El gerente de un restaurante de la playa donde servían mariscos! ¡Ja, ja, ja! No... usted no comprende a mi primo.
DOCTOR: -¿Qué quiere decir con eso?
KATHERINE: -Mi primo aceptaba las cosas... todas, y tal cual son. Y pensaba que nadie tenía derecho a quejarse o entorpecer de ningún modo lo que sucedía... Aún conociendo como espantoso lo que era espantoso y sabiendo que estaba mal lo que estaba mal... y debo advertirle que mi primo Sebastian nunca estaba seguro de que algo estuviese mal... Consideraba indigno reaccionar de algún modo por alguna causa... Solo admitía hacer las cosas como algo en su interior le inducía a hacerlas...
DOCTOR: -¿Qué es lo que algo en su interior le indujo a hacer? Hablo de aquella ocasión, en Wolfhead.
KATHERINE: -Luego de la ensalada, antes de que nos trajesen el café, de pronto se apartó de la mesa y gritó: «Tienen que dejar de hacer eso... ¡Mozo, hágalos parar! Me siento mal, sufro del corazón y eso me enferma.» Fue esa la primera vez que el primo Sebastian intentó corregir una situación humana. Y creo que ese tal vez fue su error fatal. Entonces los mozos, en número de ocho o diez, se abalanzaron sobre la portezuela, y golpearon a los pequeños músicos con palos, cazuelas y cuanto objeto contundente pudieron hallar en la cocina. El primo Sebastian se separó de la mesa. Salió del restaurante, luego de haber tirado en la mesa un puñado de billetes, y huyó. Lo seguí. Todo estaba blanco afuera. Al rojo blanco, un blanco deslumbrante, al blanco deslumbrante del rojo blanco, a las cinco de la tarde, en la ciudad de... Wolfhead. Parecía como si...
DOCTOR: -¿Como si qué?
KATHERINE: -Como si un enorme hueso blanco estuviese ardiendo en el cielo, con un brillo tan intenso que se volvía blanco y emblanquecía el cielo y todo lo que estaba por debajo.
DOCTOR: -Blanco...
KATHERINE: -Blanco, sí.


Fragmentos de Suddenly, Last Summer (1958), de Tennessee Williams. En español se la conoce como Súbitamente el Último Verano. En Argentina es editada por Losada.

También existe una igualmente recomendada versión cinematográfica, del año siguiente, dirigida por el casi siempre magnífico Joseph Mankiewicz, con gloriosos Elizabeth Taylor, Katharine Hepburn y Montgomery Clift en los roles principales.

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