viernes, 13 de febrero de 2009

¿Lugares comunes?

París había puesto en acusación al presidente, los ministros y la mayoría de la Asamblea nacional; éstos pusieron a París en estado de sitio. La Montaña había declarado a la mayoría de la Asamblea legislativa fuera de la Constitución, la mayoría llevaba a la Montaña ante la Alta Corte por violar la Constitución y proscribía todo lo que aún quedaba de vigorizante en su seno. Se la diezmó al punto de reducirla a un tronco sin cabeza ni corazón. La minoría había llegado hasta tentar una insurrección parlamentaria; la mayoría elevó su despotismo parlamentario a la altura de una ley. Ella decretó un nuevo reglamento que suprimía la libertad de tribuna y daba poder al presidente de la Asamblea nacional para castigar a los representantes por perturbación del orden, mediante la censura, la multa, la suspensión de la inmunidad parlamentaria, la expulsión temporal, la cárcel. Por encima del tronco de la Montaña, ella suspendió no la espada, sino los látigos. Lo que restaba de diputados de la Montaña hubiera debido, por su honor, retirarse en masa. La disolución del partido del orden fue acelerada por tal acto. No podía descomponerse más que en sus elementos originales a partir del momento en que la apariencia de una oposición ya no los mantenía unidos.

Al mismo tiempo que se los privaba de sus fuerzas parlamentarias, se despojaba a los pequeños burgueses demócratas de su fuerza armada, licenciando la artillería parisiense, así como a las legiones 8ª, 9ª y 12ª de la guardia nacional. Por el contrario, la legión de la alta finanza, que había asaltado, el 13 de junio, las imprentas de Boulé y de Roux, roto las prensas, devastado los escritores de los periódicos republicanos, detenido arbitrariamente redactores, tipógrafos, impresores, expedicionarios, recaderos, recibió desde lo alto de la tribuna una aprobación animadora. Sobre toda Francia se repitió la disolución de las guardias nacionales sospechadas de republicanismo.

Una nueva ley contra la prensa, una nueva ley contra las asociaciones, una nueva ley sobre el estado de sitio, las prisiones de París archirrepletas, los refugiados políticos perseguidos, todos los diarios más allá de las fronteras del National suspendidos, Lyon y los cinco departamentos limítrofes entregados a la chicana brutal del despotismo militar, los tribunales presentes en todos los sitios, el ejército de funcionarios tan a menudo depurado ya, aún depurado una vez más, tales fueron los lugares comunes inevitables que renueva sin cesar la reacción victoriosa y que, después de las masacres y deportaciones de junio, solo merecen ser mencionados porque esta vez fueron dirigidos no solamente contra París, sino también contra los departamentos, no solamente contra el proletariado sino, sobre todo, contra las clases medias.

Las leyes represivas que remitían a la voluntad del Gobierno el establecimiento del estado de sitio, agarrotaban aún más sólidamente a la prensa y suprimían el derecho de asociación, absorbieron toda la actividad legislativa de la Asamblea nacional durante los meses de junio, julio y agosto.

Sin embargo, esta época se caracteriza no por la explotación de hecho, sino de principio de la victoria, no por las decisiones de la Asamblea nacional, sino por la exposición de los motivos de estas decisiones, no por la cosa, sino por la frase, no por la frase, sino por el acento y el gesto que animan la frase. La expresión impúdica, sin miramiento, de las opiniones realistas, los insultos de una distinción despreciante contra la República, la divulgación por coquetería frívola de los proyectos de restauración; en una palabra, la violación fanfarrona de las conveniencias republicanas, dan a este período su tonalidad y su color particulares. "¡Viva la Constitución!" fue el grito de batalla de los vencidos del 13 de junio. Los vencedores estaban, pues, desligados de la hipocresía del lenguaje constitucional, es decir, republicano. La contrarrevolución sometía a Hungría, Italia, Alemania y ya se creía la Restauración a las puertas de Francia. Entre los jefes de las fracciones del orden se trabó una verdadera competencia para ver quién iniciaba la danza, luciendo su realismo en el Moniteur, considerándose y arrepintiéndose de los pecados que habían podido cometer por liberalismo bajo la República y pidiendo perdón a Dios y a los hombres. No pasó ni un día sin que en la tribuna de la Asamblea nacional la revolución no fuese declarada una desgracia pública, sin que cualquier hidalgo de gotera legitimista de la provincia no demostrara solemnemente que él nunca había reconocido la República, sin que uno de los desertores y traidores poltrones de la monarquía de julio no relatara, después del hecho, las proezas heroicas que solo la filantropía de Luis Felipe u otros malentendidos le habían evitado realizar. Lo que se debía admirar en las jornadas de febrero no era la generosidad del pueblo vencedor, sino la abnegación y la moderación de los realistas que le habían permitido vencer. Un representante del pueblo propuso que una parte de los socorros destinados a los heridos de febrero fuera atribuida a los guardias nacionales que, en esas jornadas, habrían sido los únicos que merecieran el agradecimiento de la patria. Otro quería que se decretase la erección de una estatua ecuestre al duque de Orléans en la plaza de Carrousel. Thiers llamó a la Constitución un pedazo de papel sucio. Unos detrás de otros, aparecían en la tribuna orleanistas lamentándose de haber conspirado contra la realeza legítima, y legitimistas, que se reprochaban haber acelerado la caída de la monarquía en general por su rebelión contra la realeza ilegítima; Thiers, que lamentaba haber intrigado contra Molé, Molé contra Guizot, Barrot contra los tres. El grito de "¡Viva la República social-demócrata!" fue declarado inconstitucional. El grito de "¡Viva la República!" fue perseguido como social-demócrata. El día del aniversario de Waterloo, un representante declaró: "Temo menos la invasión de los prusianos que el regreso a Francia de los exiliados revolucionarios". A la queja contra el terrorismo organizado en Lyon y en los departamentos vecinos, Baraguay de Hilliers respondía: "Prefiero el terror blanco al terror rojo". Y la asamblea estallaba en aplausos frenéticos cada vez que un epigrama contra la República, contra la revolución, contra la Constitución, por la realeza, por la Santa Alianza, caía de los labios de los oradores. Cada violación a las más pequeñas formalidades republicanas -no llamar, por ejemplo, a los representantes "ciudadanos"- entusiasmaba a los caballeros del orden.


Fragmento de Die Klassenkämpfe in Frankreich 1848–50 (1850), de Karl Marx. En español, Las Luchas de Clases en Francia de 1848 a 1850. Editado, entre otros, por Claridad.

No hay comentarios: