domingo, 1 de febrero de 2009

La poesía detectivesca

El sol caía, seco y cálido, sobre la hierba. Al entrar en el bosque, sintieron el fresco de la sombra como el bañista que se arroja a la sombría alberca. El interior del bosque vibraba de rayos de sol y haces de sombra, que formaban un tenebroso velo como en la vertiginosa luz del cinematógrafo. Syme apenas podía distinguir las formas sólidas de sus compañeros, en aquellas danzas de luz y sombra. Ya se iluminaba una cabeza, dejando en la oscuridad el resto del cuerpo, con una súbita claridad rembrandtesca. Ya se veían unas manos blancas junto a una cabeza negra. El ex marqués se había echado sobre las cejas el sombrero de paja, y la sombra negra del ala cortaba en dos su rostro de tal modo que parecía llevar un antifaz como sus perseguidores. Syme se puso a divagar. ¿Llevaría Ratcliffe antifaz? ¿Lo llevaría realmente alguien? ¿Existiría realmente alguien? Aquel bosque de encantamiento, donde los rostros se ponían alternativamente blancos y negros, ya entrando en la luz, ya desvaneciéndose en la nada, aquel caos de claroscuro (después de la franca luminosidad de los campos) era a la mente de Syme un símbolo perfecto del mundo en que se encontraba metido desde hacía tres días; aquel mundo en que los hombres se quitaban las barbas, las gafas, las narices y se metamorfoseaban en otros. Aquella trágica confianza en sí mismo, de que se sintió poseído cuando se figuró que el marqués era el mismo Diablo, había desaparecido del todo, ahora que el marqués se le había convertido en un aliado. En tal desazón, casi se preguntaba qué es un amigo y qué es un enemigo. Las cosas, aparte de su apariencia, ¿tendrían alguna realidad? El marqués se arrancaba las narices y se transformaba en detective. ¿No podría igualmente quitarse la cabeza y quedar hecho un espectro? Después de todo, ¿no era todo a la imagen y semejanza de aquel bosque brujo, de aquel incansable bailoteo de luz y sombra? Todo podía ser un resplandor fugaz, un destello siempre imprevisto y pronto olvidado. Porque en el interior de aquel bosque salpicado de sol, Gabriel Syme encontraba lo que muchos pintores modernos han encontrado: lo que hoy llaman "impresionismo", que solo es un nuevo nombre del antiguo escepticismo, incapaz de encontrarle fondo al universo.


Fragmento de The Man Who Was Thursday: A Nightmare (1908), de Gilbert Keith Chesterton. Publicado en Argentina por Losada, como El Hombre Que Fue Jueves, con muy buena traducción y grandilocuente prólogo de Alfonso Reyes.

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